Muerte de Bernardo Bravo revela crisis del limón en Michoacán, Tierra Caliente, Crimen Organizado, Gobierno
Buscapiés / Contramuro

El asesinato de Bernardo Bravo en Apatzingán, revela el sometimiento de los productores limoneros en Michoacán ante la extorsión y el control criminal que domina la economía del limón en la Tierra Caliente

El asesinato de Bernardo Bravo no sólo deja un vacío en la dirigencia citricultora del Valle de Apatzingán. Revela también, con la crudeza de los hechos, el callejón sin salida en el que viven los productores del limón, atrapados entre la asfixia económica y las estructuras criminales que desde hace años fijan precios, controlan rutas y cobran cuotas como si fueran parte natural del ciclo agrícola.

Bravo había ganado legitimidad entre los suyos. Era escuchado, convocaba, y sus llamados tenían eco. En las últimas tres semanas había intensificado su voz: denunciaba la caída del precio del limón y el peso de la extorsión cotidiana. Lo hacía sin eufemismos, y eso, en la Tierra Caliente, suele tener costo.

Su última convocatoria, realizada apenas dos días antes de su muerte, buscaba romper la cadena de intermediarios. Propuso que los productores vendieran directamente a los empaques, sin la mediación de coyotes. El encuentro sería a las diez de la mañana; a esa hora fue hallado su cuerpo.

En el camino hacia ese liderazgo, Bernardo había cometido riesgos políticos y personales que hoy parecen fatales. Se acercó demasiado al poder cuando creyó que podría transformar desde adentro el sistema de control sobre el tianguis limonero. Aceptó la tutela del gobierno estatal, cedió el manejo del mercado bajo la promesa de terminar con las cuotas, y confió en que la presencia de la Guardia Nacional sería suficiente para proteger a los productores.

Cuando advirtió que las extorsiones no se detuvieron, sino que cambiaron de forma, intentó recuperar el control del tianguis y se enfrentó con quienes antes habían sido sus aliados. Esa ruptura lo dejó en medio de dos fuegos: el político y el criminal. Ni los unos ni los otros perdonan la desobediencia.

El intento de liberar el mercado limonero del yugo criminal, o del control político que lo disfraza, tocaba intereses profundos. No se trata sólo del precio del kilo de limón, sino de una economía paralela que mueve miles de milloned de pesos cada año. Una economía donde, según múltiples testimonios, el cobro de cuotas se ha institucionalizado, tolerado o maquillado bajo la protección oficial.

En su momento, Bernardo había tenido cercanía con el gobierno estatal; incluso, se le había asignado escolta, se movía en un blindado con tres patrullas de la Guardia Civil. Pero cuando el tono de sus críticas cambió y el discurso se endureció, la protección le fue retirada. La vulnerabilidad se impuso como antesala de lo inevitable.

Nadie ignora que en la región la presencia de la Guardia Nacional o de la Guardia Civil no garantiza seguridad, apenas administra el miedo. El crimen no se ha ido: cambió de uniforme, de modalidad o de vocero.

No se trata de idealizar a un dirigente, ni de convertirlo en mártir. Bravo, como muchos líderes regionales, navegó entre pactos necesarios y decisiones imprudentes. Confiar en quienes nunca abandonaron el negocio del miedo fue uno de sus mayores errores. Pretender cambiar las reglas del juego sin cambiar a los jugadores, otro.

La muerte de Bernardo Bravo exhibe una ecuación perversa que no es nueva, pero que esta vez se hizo visible en el rostro de un hombre que creyó poder conciliar el precio justo con la paz imposible. Su voz, que se volvió incómoda para algunos y peligrosa para otros, se apagó justo cuando convocaba a romper el cerco.

Hoy, más allá de las especulaciones y del silencio institucional, queda una certeza: el limón michoacano se sigue pagando caro, pero no por su valor en el mercado, sino por la sangre que cuesta producirlo.