Así se vivió la Noche de Muertos en Michoacán
Foto: Ireri Piña/ Contramuro

Morelia, Michoacán.- La tarde apenas caía y ya se veía a familias completas marchar hacía los panteones cargados de flores, velas y canastas, la mayoría en silencio y viendo sus pasos. Los más pequeños seguían a los mayores con la expectación de tanta gente a su alrededor pero sin perder el camino y sin soltar la ofrenda ya preparada para sus difuntos.

Es la zona lacustre de Pátzcuaro, donde la ceremonia de Noche de Muertos es reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad debido a la majestuosidad que encierra. Los panteones se visten de luz y de amarillo para recibir a quienes ya dejaron la tierra y que hoy, tan solo por un momento, por una fracción de segundo regresan a convivir con los que aquí siguen.

Y es que la creencia de los purépechas es así, desde sus antepasados ellos saben que los días uno y dos de noviembre los muertos regresan porque desde otra dimensión así se les permite, es una tradición arraigada que se ha transmitido de generación en generación para enseñanza y hasta deleite de quienes no viven en esa región.

“No vemos la muerte como un acto trágico, la muerte es una vida más profunda y hoy para nosotros es reencontrarnos con las personas que ya murieron a través de la tierra, de sus frutos y del trabajo que es el legado que ellos dejan”, menciona un habitante de la comunidad de Santa Fe de la Laguna.

Los altares que se preparan en los hogares son regularmente de tres niveles:

Auandarhü – el firmamento, donde moraban los dioses celestes. El sol (Tata Jurhiata), la Luna (Nana Kutsï o Nana Kueräjpiri) y las Estrellas (Jöskuecha).

Echërindo o Echerio – la tierra, donde se encontraban los hombres que tenían que imitar las virtudes de los dioses.

K’umienchakuarhu – lugar de las sombras, la región inferior o el vientre de la tierra, donde se desataba el hombre al dejar la tierra, a donde bajaban los dioses del cielo y de la tierra cuando los astros morían en el poniente.

Y es en estos niveles donde se coloca la ofrenda, como la floral que es muy tradicional de los pueblos purépecha y contienen los elementos de la cruz correspondiente a la cosmovisión indígena, se forma una cruz con flor de cempasúchil que significan los cuatro puntos cardinales y el punto central, es la unión del cielo, la tierra y el inframundo.

El fuego, que con luminarias naturales (cera) representa la permanencia en la tierra de una vida que se extingue y también ilumina el camino de las ánimas en su regreso al mundo. El humo, que se obtiene del copal y significa la asunción del alma con los dioses. La sal, que representa el bautismo y contribuye a evitar que el cuerpo se destruya.

Las comidas, que son los alimentos de preferencia del difunto y constituyen la base de sustento en su nueva existencia. El agua, que calma la sed de las ánimas y es el elemento de vida en la madre tierra. Los panes, frutos, hortalizas y la tierra, un tributo a Cuerauaperi, creadora y madre de los dioses.

El petate, que demarca con su forma cuadricular un espacio religioso. Las golosinas, representadas regularmente con calaveritas de azúcar y que son una burla a la muerte. Las banderas de papel picado, que se colocan para hacer saber con su movimiento la presencia del aire como otro elemento en la ofrenda.

Cada comunidad aunque parezcan iguales son ceremonias distintas, algunas se hacen en silencio, otras con música y otras con oraciones, cada una con su característica y misticismo especial, lo que hace única la celebración de la Noche de Muertos en Michoacán.

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Ireri Piña es licenciada en Periodismo, reportera de Educación, Turismo, multifuente. Contadora de historias y causas sociales; michoacana, moreliana