Morelia, Michoacán.- Los números no mienten, aunque se intente maquillarlos con eufemismos pedagógicos. Mientras México desmantelaba sus instrumentos de evaluación educativa, la crisis de aprendizaje se profundizaba en silencio. Los resultados de los Ejercicios Integradores de Aprendizaje (EIA) aplicados por la ya desaparecida Mejoredu al inicio del ciclo escolar 2024-2025 revelan una realidad devastadora: solo dos de cada diez estudiantes de tercero de secundaria muestran un aprendizaje plenamente desarrollado. En campos formativos cruciales como “Saberes y pensamiento científico” y “Ética, naturaleza y sociedades”, nueve de cada diez alumnos presentan deficiencias graves. Esto se comentó a nivel nacional en nota de María Cabadas, que incluyó la opinión de un servidor.
La respuesta oficial de la Secretaría de Educación Pública a la publicación de estos datos es reveladora en su intento de minimizar la crisis. Argumentan que los EIA “no son exámenes de aprobación o reprobación” sino “instrumentos diagnósticos”. Afirman que los resultados “no pueden interpretarse como calificaciones” y que estar por debajo del nivel de “Aprendizaje desarrollado” no implica estar reprobado.
Pero aquí está el problema fundamental: si nueve de cada diez estudiantes, en opinión de quienes llenaron la información en plataforma no muestran aprendizajes plenamente desarrollados en pensamiento científico, ¿cómo llamamos a eso? El lenguaje eufemístico no cambia la realidad: estamos enviando a la educación media superior a jóvenes que carecen de las competencias básicas necesarias para continuar su formación.
La SEP se enorgullece de que 44,207 escuelas participaron “voluntariamente” en la aplicación de los EIA, con casi 3 millones de descargas de materiales. Celebran la adopción masiva del instrumento. Pero esquivan cuidadosamente la pregunta esencial: ¿qué van a hacer con los resultados catastróficos que arrojó ese instrumento?
Los datos completos pintan un panorama aún más sombrío de lo reportado inicialmente. En todos los grados evaluados de educación básica, en los cuatro campos formativos, no hubo una sola ocasión en la que un gran porcentaje de estudiantes resultara con aprendizajes plenamente desarrollados.
En primaria, tercero fue el grado más crítico:
– En el campo formativo Lenguajes, solo 13.3% mostró aprendizajes plenamente desarrollados
– En Saberes y pensamiento científico, apenas 18.95% demostró poseer aprendizajes desarrollados
– En De lo humano y lo comunitario, únicamente 15.35% logró resultados análogos.
En el campo Ética, naturaleza y sociedades, el grado peor evaluado fue quinto de primaria, donde solamente 17.29% de los estudiantes mostraron aprendizajes plenamente desarrollados.
Pero es en tercero de secundaria donde la crisis alcanza proporciones alarmantes. Este nivel educativo, que debería preparar a los jóvenes para la educación media superior, mostró los peores resultados en todos los campos formativos. Ocho de cada diez estudiantes no mostraron aprendizaje plenamente desarrollado. En “De lo humano y lo comunitario”, solo dos de cada diez estudiantes muestran desarrollo adecuado.
La SEP insiste en que los EIA son “diseñados por maestras y maestros” y que sus resultados sirven para “orientar la planeación didáctica de las y los docentes”. Traducción: los docentes se convierten en juez y parte, diseñando los instrumentos, aplicándolos, calificándolos y tomando decisiones basadas en sus propios resultados.
Este es el corazón del problema. El régimen ha ejecutado una estrategia clara: desaparecer las pruebas estandarizadas nacionales, eliminar a Mejoredu, y reemplazar la evaluación objetiva con instrumentos “a la medida” de la Nueva Escuela Mexicana. El resultado es un sistema sin rendición de cuentas externa, donde la autoevaluación reemplaza a la evaluación independiente.
La SEP celebra que los resultados “no pueden compararse entre escuelas o entidades”. Pero precisamente la comparabilidad es lo que permite identificar dónde están los problemas más graves, qué escuelas necesitan apoyo urgente, o qué estrategias pedagógicas están funcionando. Sin evaluaciones estandarizadas y comparables, navegamos a ciegas. Es como si un paciente con síntomas graves decidiera destruir el termómetro en lugar de atender la fiebre.
Detrás de cada estadística hay millones de niñas, niños y jóvenes cuyo futuro está siendo hipotecado. Las consecuencias de este fracaso educativo son devastadoras y multidimensionales:
1. Ingreso a Educación Media Superior sin Competencias Básicas: Los estudiantes de tercero de secundaria entrarán al bachillerato sin los conocimientos fundamentales necesarios. Intentarán comprender cálculo sin dominar álgebra básica, o analizar textos complejos sin comprensión lectora sólida. Esto genera una cadena de fracasos académicos que puede llevarlos a la deserción escolar temprana.
2. Perpetuación del Ciclo de Pobreza: Sin pensamiento matemático y científico desarrollado, estos jóvenes tendrán acceso limitado a carreras técnicas y profesionales mejor remuneradas. La falta de competencias los condena a empleos precarios, informales y mal pagados. En un país donde la educación es el principal mecanismo de movilidad social, estos resultados sentencian a miles de familias a permanecer en vulnerabilidad económica generación tras generación.
3. Vulnerabilidad ante la Desinformación: Con nueve de cada diez estudiantes mostrando deficiencias en pensamiento científico y ético, estamos creando una generación incapaz de distinguir hechos de opiniones, evidencia de propaganda, o información verificada de noticias falsas. Estos jóvenes serán presa fácil de discursos populistas, teorías conspirativas y charlatanes que explotan la falta de pensamiento crítico.
4. Limitación Severa en el Desarrollo Profesional: En un mercado laboral cada vez más competitivo y tecnologizado, las deficiencias en matemáticas y ciencias significan exclusión automática de sectores dinámicos como tecnología, ingeniería, investigación, finanzas y análisis de datos. Estos estudiantes competirán en desventaja no solo con jóvenes de otros países, sino incluso con quienes tuvieron acceso a educación privada de calidad en México.
5. Deterioro de la Salud por Decisiones Mal Informadas: La carencia de pensamiento científico impacta directamente en la capacidad de tomar decisiones informadas sobre salud personal y familiar. Estos jóvenes tendrán dificultades para comprender información médica, evaluar tratamientos, entender estadísticas de riesgo, o distinguir entre medicina basada en evidencia y remedios sin fundamento.
6. Exclusión Digital y Tecnológica: Sin competencias matemáticas y de pensamiento lógico, estos estudiantes enfrentarán enormes dificultades para comprender y utilizar tecnologías emergentes, programación básica, inteligencia artificial o herramientas digitales avanzadas. En un mundo donde la alfabetización digital es fundamental, quedarán relegados como usuarios pasivos en lugar de creadores o innovadores.
7. Dificultades en el Ejercicio Ciudadano Responsable: Las deficiencias en “Ética, naturaleza y sociedades” comprometen su capacidad para participar efectivamente en la vida democrática. Tendrán problemas para comprender propuestas de políticas públicas, analizar programas de gobierno, entender sus derechos y obligaciones, o tomar decisiones electorales informadas.
8. Impacto Psicológico: Cuando estos estudiantes enfrenten la realidad de sus déficits académicos en niveles superiores o en el mundo laboral, experimentarán frustración, ansiedad y sentimientos de incompetencia. Muchos interiorizarán que “no son buenos para estudiar”, cuando en realidad el sistema educativo les falló. Este impacto emocional puede generar depresión y una visión limitada de su propio potencial.
9. Reproducción de Desigualdades en la Siguiente Generación: Los padres de familia con deficiencias educativas graves tienen menos herramientas para apoyar el aprendizaje de sus propios hijos. Esto perpetúa un ciclo intergeneracional donde los hijos de estos estudiantes tienen mayor probabilidad de enfrentar las mismas carencias.
10. Pérdida de Años de Vida Productiva: Muchos de estos jóvenes que deseen continuar su desarrollo profesional tendrán que invertir años adicionales en cursos remediales para adquirir conocimientos que debieron dominar en secundaria. Esto representa pérdida de tiempo valioso, recursos económicos que muchas familias no tienen, y retraso en su incorporación productiva al mercado laboral.
El tipo de empleos a los que podrán acceder estos jóvenes no serán calificados como competitivos. Si hablamos del tema de la inteligencia artificial, ese tipo de conocimientos no los traerán estos estudiantes porque les fue muy mal en matemáticas. Los tendrán solamente ciertos alumnos que asisten a escuelas privadas. Y eso hará que México sea menos competitivo y genere un menor PIB, porque abandonamos a las niñas, niños, adolescentes y jóvenes, así como a las escuelas.
En contraste, si el país decidiera tomar en serio estos resultados, podría:
- Diseñar intervenciones pedagógicas focalizadas en las escuelas y regiones con mayores deficiencias.
- Reformular los planes de formación docente, identificando áreas donde los maestros requieren mayor capacitación.
- Implementar programas de recuperación específicamente para tercero de secundaria, con tutorías y apoyo intensivo.
- Establecer sistemas de alerta temprana que identifiquen a estudiantes en riesgo desde grados anteriores.
- Replantear la asignación presupuestal, dirigiendo más recursos a las escuelas con peores resultados.
- Crear bancos de mejores prácticas pedagógicas, identificando qué escuelas y docentes logran mejores resultados.
- Establecer metas claras y medibles de mejora para cada escuela.
- Involucrar a las familias de manera informada, comunicándoles claramente el nivel de aprendizaje de sus hijos.
- Diseñar materiales educativos específicos que atiendan las deficiencias detectadas.
- Generar un diálogo nacional sobre calidad y excelencia educativas.
Pero nada de esto ocurrirá mientras la respuesta oficial sea negar la crisis mediante juegos semánticos. Es momento de exigir responsabilidades. No podemos seguir permitiendo que la ideología se imponga sobre el derecho de niñas, niños y jóvenes a recibir una educación de calidad. Es inaplazable:
- La reinstalación de un sistema de evaluación externo, independiente y técnicamente sólido, que proporcione información objetiva y comparable sobre el estado real de los aprendizajes
- El fin de la autoevaluación docente como único mecanismo de medición, reconociendo el conflicto de interés evidente
- La publicación transparente y periódica de todos los resultados de evaluación, desglosados por estado, municipio y escuela
- Un plan nacional de rescate educativo con metas claras, plazos definidos y presupuesto etiquetado
- La participación de expertos educativos en el diseño e implementación de políticas públicas, más allá de consideraciones partidistas
La educación no es un campo de batalla ideológica. Es el futuro de millones de niñas, niños y jóvenes que merecen mejores oportunidades que las que les estamos ofreciendo. Los resultados están ahí, gritando una verdad incómoda que la SEP intenta silenciar con eufemismos.
La carta de réplica de la SEP a la nota de El Universal es reveladora en lo que calla: no refuta los datos, solo intenta cambiar el lenguaje con que los describimos. Celebran que miles de escuelas usan su instrumento, pero guardan silencio sobre los resultados catastróficos que ese instrumento arrojó. Presumen la “voluntariedad” de la evaluación, pero no explican qué acciones concretas se tomarán para atender la crisis detectada.
Lo anterior se exacerba con las tendencias verticalistas a proscribir la reprobación sin acciones remediales para nivelar los aprendizajes mínimos esperados. Es decir, solo se colocan calificaciones aprobatorias simulando aprendizajes no logrados.
El tiempo se agota. Cada día que pasa sin evaluación seria, sin rendición de cuentas externa, sin acciones correctivas, es un día más de oportunidades perdidas para una generación que no puede esperar. Mientras la SEP celebra que “más escuelas participaron” en aplicar los ejercicios, millones de estudiantes transitan en el sistema educativo sin necesariamente poseer las competencias fundamentales que necesitan para construir su futuro.
No hay peor ceguera que la que se elige. México necesita ver su realidad educativa con claridad, por dolorosa que sea, porque solo así podremos transformarla.
La pregunta ya no es si tenemos una crisis educativa. Los datos son irrefutables. ¿tendremos el valor de enfrentarla con honestidad, o seguiremos escondiéndonos detrás de eufemismos pedagógicos mientras condenamos a una generación completa?
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*Doctor en ciencias del desarrollo regional y director fundador de Mexicanos Primero capítulo Michoacán, A.C.
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