Lázaro Cárdenas
Foto: Cortesia/Gerardo A. Herrera Pérez.
Tener un cuerpo alineado a la identidad de género es fundamental, importante, que legitima la identidad, sino lo fuera no habría ninguna consecuencia social y las mujeres o bien los hombres trans no tendrían la necesidad de modificar sus cuerpos, no obstante en esta posmodernidad que vivimos y en la cual esta permeado por cuestiones éticas, estéticas y de hedonismo, resulta muy difícil sobrevivir con cuerpos que no se sometan a la disciplina, así como al control  del cuerpo, por lo que consideramos que  las personas trans deben acceder a dicho cambios.
Lo primero que debo expresar es mi respeto por la lucha y defensa de los derechos de las personas trans (transexuales, transgenero y travesti) impulsados por organizaciones de la sociedad civil de personas trans. Distintos marcos jurídicos y reconocimientos para disminuir la violencia contra la transfobia se han promovido desde la ONU, la OEA, pasando por el Estado mexicano, a través de sus estructuras operativas como el CONAPRED, el COEPRED de la Ciudad de México, y ahora, en  distintas instancias en Michoacán, como el Congreso del Estado a través de las diputadas Yarabí Avila, Nalleli Pedraza y Eloiza Berber, así como de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos, ydel Coeprevd.
Este es un tema que está presente aún, si bien la homosexualidad como patología fue retirada el 17 de mayo de 1990 de la lista de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cuestión de la identidad de género permanece como una patología, que se le clasifica dentro del Manuel Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) y de la identidad sexual denominado “disforia de género”.
 
En algunas escuelas  en ocasiones he escuchado, que es una cuestión de percepción de identificarse como mujeres teniendo un pene, o como hombres teniendo una vagina, y esto desde la perspectiva de falta de información se considera que no puede ser cierta esta situación por la que pasan diferentes personas. Después se les comenta que de conformidad con el DSM-5 sufren de trastorno sexual y de la identidad sexual.
 
El DSM-5 define a la disforia de género como un conflicto entre el sexo asignado  biológicamente a una persona y el género con el que se identifica.  Frente a esta situación eminentemente personal se aplican los mecanismos sociales de opresión y surge la transfobia, un mecanismo que trata de someter y disciplinar el cuerpo de las mujeres o hombres trans y que va desde la discriminación, violencia, la ausencia de políticas públicas o marcos noramtivos y en ocasiones la muerte.
 
Se sabe que la Organización Mundial de la Salud,  a partir de 2018, mantendrá a la transexualidad en su clasificación internacional de enfermedades y con ello dejará de calificar las identidades trans como un transtorno de personalidad, no obstante lo seguirá considerando una enfermedad de salud sexual, como la disfunción sexual o los trastornos relacionados con cuestiones sexuales.  
 
Uno de los planteamientos por los que la OMS plantea mantener la identidad trans en la lista de enfermedades, es prever que los países proporcionen los tratamientos hormonales y de reasignación de sexo a las personas trans; se puede entender el comentario, no obstante al mantenerse la cuestión de patología este segmento de población continuará estando estigmatizado.
 
Lo que se requiere, como se hizo en Michoacán, Nayarit y el Distrito Federal,  es reconocer la identidad de género de las personas en sus documentos registrales, ello, es un primer paso para evitar procesos de discriminación, violencia y atentar contra sus vidas, así como violentar su dignidad humana y sus derechos humanos.