Hipócritas y legitimadoras, las plumas del régimen

¿Hasta qué punto podemos admirar y reconocer la crítica y el trabajo de personas que, de cierta manera, se financian en mayor o en menor medida de la oligarquía nacional y así, se convierten en hipócritas legitimadores de un régimen estatal en plena descomposición?

Recientemente, la nunca evitable necesidad de mantenerme informado me ha introducido en el análisis y la reflexión sobre los medios de comunicación en México. Y más allá de considerarlo simplemente como el tradicional “cuarto poder del Estado”, me resulta más ambicioso el hecho de recurrir a la doctrina, a los pensamientos sociopolíticos que de alguna forma han trascendido y han permeado, en buena medida, el intelecto de muchos otros autores en la actualidad. En este mismo sentido, es de mi interés particular remontarme al estudio del elemento esencial que crea y que transmite la comunicación pública, me refiero al elemento humano.

En los últimos años, la escasez de mentes brillantes para la comunicación pública se ha agudizado y esto mismo ha contribuido a que los grandes problemas de México se reafirmen. Y más allá de la brillantez que pudiéramos esperar, la realidad es necesidad voraz, es sed de justicia y de verdad, de ideas libres, certeras, sin tapujos. Porque de lo contrario, estamos condenados a vivir con la información casi siempre sesgada que nos aportan los hoy líderes de opinión y sus ignóminos mecenas patronales.

Tal y como se ha dicho, el verdadero problema radica en la falta de plumas y micrófonos libres y autónomos de todo monopolio económico y de toda relación estatuaria. Esto es, que ya no se legitime más un régimen antidemocrático que ablanda las humillaciones más viles, que oculta las verdades, los contratos multimillonarios y los cochupos, porque eso es precisamente lo que hacen a diario nuestros comunicadores de cabecera (cito a algunos, sobretodo a los que están más alineados: López Dóriga, Loret de Mola, Dresser y Maerker, Marín de Milenio, Gómez Leyva, Alatorre, los conductores del conocido Foro TV y de Radio Fórmula, entre muchos más). Esa legitimación hipócrita que terminó haciendo Octavio Paz para conseguir su Nobel, y qué decir del ya difunto Zabludovsky, o en sus inicios la misma Aristegui con Ferriz de Con.

Dada esta incómoda lista, es desafortunado saber que todos ellos representan nuestra codiciada barra de opinión nacional, lo cual implica que en cierta forma, tengan un poder injerencial sobre nosotros, una facultad manipulativa, un criterio extraño que hacemos propio y expresamos. Y lo más lamentable resulta cuando el ciudadano adquiere esta verdadera consciencia de que todos esos comunicadores, junto con muchos otros,  obedecen en diferentes dimensiones a una línea dictada desde lo alto, desde allá donde se toman las decisiones que han llevado a este pueblo hasta el lugar que hoy penosamente ocupa.

Frente a todo esto, y en cumplimiento al análisis de tipo teórico que vengo proponiendo al respecto desde las primeras líneas del presente artículo, tenemos primero la brillante teoría de Robert Michels quien, en su siempre aclamada Ley de Hierro de la Oligarquía explica cómo es natural la generación de estos grupos en un Estado; es decir,  congregaciones elitistas de poder que controlan un universo mucho más extenso, algo así como lo establecido en los antiquísimos Protocolos Judíos de los Sabios de Sión. En este caso, tal es el escenario de todos los periodistas ya mencionados, porque pésele a quien le pese, legitiman un sistema económico manipulado burdamente desde siempre por los monopolios más fuertes, como bien pueden ser abanderados en México por Televisa o Tv Azteca (los cito como ejemplos a colación del tema comunicativo). Así, se alinean de una u otra forma a un régimen de Estado que alimenta a estos grandes tiburones  y que les condiciona su continuidad a cambio de su eterna lealtad. Y además, tal y como lo hemos platicado en ocasiones distintas de los servidores públicos, los medios de comunicación del régimen y sus respectivos operadores, han arribado a la plataforma pública masiva, pero sólo una vez que están amarrados hasta por los ojos, por compromisos y favores políticos.

En cuanto a las siguientes teorías de Althusser y Gramsci: todos los medios corresponden a sus respectivas clasificaciones de intelectuales orgánicos y plumas del régimen, es decir, elementos personales comunicadores que están alineados, limitados por lo que les permita el régimen al que sirven y del cual se sirven a su vez para generar grandes fortunas como las de muchos de los ya mencionados.

Como parte del sentido reflexivo, es imperante atender esa necesidad de ideas auténticas, libres y autónomas de todo mandato estatal. Es cuestión de ciudadanizar los medios y no permitir la injerencia siempre mentirosa del Estado. Ojalá que de manera especial, los jóvenes que puedan leer este simple mensaje, procuren ser alejados, distantes a los convenencieros y siempre mezquinos intereses políticos y que en lugar de eso, obedezcan a razones verdaderamente significativas para el sentimiento humano, para la exaltación de la dignidad humana, aún y cuando se antoje complicado para los que navegamos dignamente en mar abierto, sin censura.

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