¿Hasta cuándo mexicanos, hasta cuándo?

Miedo. Sumisión. Indiferencia. Esos son tan sólo algunos de los conceptos que inspiran a los grandes personajes sociales para convertirse en verdaderos factores de cambio. Y también, representan en corto el rostro ciudadano del mexicano promedio en la actualidad.

Julián LeBarón es un activista mexicano nacido en Chihuahua, mormón, padre de 11 hijos, e impulsor en los últimos años de diversos grupos y movilizaciones por la paz en nuestro país. Julián se ha convertido en un referente ciudadano para muchos porque simplemente se ha atrevido a hacer lo que prácticamente nadie hace, se ha empoderado y le ha hecho frente valiente a algunos de los grandes problemas de este país como la violencia, la corrupción y la impunidad. Su compromiso con el desarrollo de México se fundamenta en su experiencia y es que, tan sólo en la década anterior perdió a su cuñado, a su tío, a su hermano y a muchos otros amigos por culpa del problema de la violencia. Y una vez que toda esa tormenta se aligero, por allá de 2009, Julián se preguntó ¿Qué más puedo perder si ya han destrozado mi familia? Y así, se decidió a actuar.

Actualmente, Julián es un hombre que continúa trabajando en la rama de la construcción y que se destaca por la presencia en diversos foros y movilizaciones por la paz en México y en el mundo. Sin embargo, hoy no quiero profundizar en tales eventos, sino en algunas de las ideas que comparto con este ciudadano idealista y que considero, a todos nos puede dar un empujoncito más, tan necesario en estos tiempos, en el que somos tan pocos los que estamos conscientes de que pronto –de seguir así- nos va a llevar la tristeza.

Como parte de su recorrido activista por el país, junto con otros grandes personajes como Javier Sicilia, Julián se ha comprometido no sólo con la acción, sino también con su preparación académica, a fin de no ser sólo un crítico más de los grandes problemas de esta nación. Al contrario, busca y propone a diario el desarrollo de ideas y de proyectos que verdaderamente trasciendan en la realidad y que puedan hacer de México un mejor lugar para vivir, porque tal y como él lo ha expresado en diversas ocasiones (retomo algunos de sus apuntes más profundos):

Que nuestros hijos no hereden la costumbre de darle la espalda al crimen y esconderse, ignorando lo que está ocurriendo; que no sean sumisos. Quiero que los mexicanos no cedan ante la corrupción como lo hemos venido haciendo”.

Los problemas que tenemos son cívicos, no políticos. Todos hemos sumado para su conformación. Hay deshumanización y acepto mi responsabilidad, porque he permitido una cultura política que divide y es por eso que la paz debe comenzar en cada uno de nosotros, porque la civilización que tanto ocupamos es la suma de actos compasivos que cada sociedad ha de realizar en su conjunto”.

Todos somos responsables de la cuna de odio en que hemos convertido a este país. Somos responsables porque hemos cedido ante las malas costumbres, ante el vicio, ante la cultura de la violencia, cuando nos quedamos callados ante la injusticia, porque aunque lleguemos a sentir indignación, permitimos que la violencia siga, que la militarización de las calles nos violente aún más  y que eso despierte odio, resentimiento y por último encabronamiento”.

Y me gustaría retomar acá las ideas del buen Julián porque son importantes. Y su importancia radica precisamente en dos factores: el primero es su compromiso para con la sociedad y el segundo es que ha materializado sus visiones en resultados prácticos, tangibles como lo es una nueva política de policía migratoria en su estado norteño. Si bien él, como ha dicho, tardó hasta ser suficientemente adulto para entender la situación del país y actuar, me parece que todos los jóvenes debiéramos asumir las riendas con ese valor, porque qué triste resulta actuar una vez que todo ha salido mal, una vez que se ha fracasado. Los jóvenes, principalmente, no podemos claudicar en el esfuerzo y como Julián, hemos de ser propositivos en el campo de batalla, hemos de ser voluntariosos por el bien propio y el extraño, porque de lo contrario, como lo he dicho, es probable que nos arrepintamos demasiado tarde, ya cuando las artimañas políticas y la grilla se hayan agotado por el cansancio de no poder saquear más riqueza de este pueblo, que admirablemente lleva más de 500 años pisoteado, burlado, robado, pero con vida.

Hay deshumanización e inconsciencia, porque ya me dejó de importar si el otro me necesita y porque sólo vivo para mí mismo. Hay encabronamiento “justificado” porque somos sumisos y creemos que nada podemos hacer. Hay miedo y hay poco compromiso con el actuar en serio, porque eso ya no resulta tan fácil, porque eso ya implica un esfuerzo, porque eso no es como abrir la boca y criticar sin fundamentos, eso se vuelve cada vez tarea de menos, tarea de verdaderos héroes y heroínas. Hay consuelos mediocres que apuntan al famosísimo ya merito o al inconfundible ahí la llevamos.  Hay responsabilidad compartida de todos esos que no hacemos nada y que sólo criticamos porque creemos que no nos toca. Pero la realidad es distinta, se nos está haciendo tarde y la luna se asoma. Ojalá que no nos agarre con los calzoncillos abajo y que no tenga que volver a preguntar, como ya lo hiciere hace algunos ayeres Don Octavio: ¿Hasta cuándo mexicanos, hasta cuándo?.

Estimados todos, tomemos este mensaje como bien nos venga. Espero que sea, como hemos señalado, una última llamada, una oportunidad a tiempo de actuar y de hacer algo por la mejora de la cultura cívica de nuestro pueblo, que pide a gritos una nueva revolución de pensamiento, una limpia profunda de espíritu y una sincera renovación del compromiso de todos para el bien de todos.

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Estamos pendientes.