Escándalo o información
Foto. Cortesía

Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus

Más que información, muchos de los grandes medios de comunicación venden sensacionalismo, entretenimiento de baja calidad y a veces incluso terror. Y, sin pretender eximir a nadie de sus responsabilidades, esto también es en parte responsabilidad del público, que prefiere el escándalo por encima de la auténtica información.

Basta con echar un ojo a los noticieros televisivos o los encabezados de la mayoría de las notas que vemos en redes sociodigitales con un ojo medianamente crítico para llegar a la conclusión que se privilegia el sensacionalismo por encima de una información balanceada y sustentada en datos, que lamentablemente no siempre son material de primera plana.

Muchas veces estos escándalos ni siquiera tienen algo que los sustente, gracias a ello cualquier personaje puede lanzar acusaciones y calumnias sin preocuparse por dar prueba alguna de lo que dice. A la vez que para muchos comunicadores basta la acusación, sabiendo que no harán mucho esfuerzo por corroborar lo dicho.

Es así que esta semana se ha hecho un gran revuelo por un libro que antes de ser publicado ya era best seller. El Rey del Cash fue el escándalo del momento, obligando a una diminuta cantidad de opinólogos a leerlo en tiempo récord, sólo para encontrar que la mayoría de las afirmaciones escandalosas carecían del sustento necesario.

Pero esto no limitó a nadie a hablar del tema profusamente, desde el más voluntarioso usuario de Facebook o Twitter, hasta el mismo presidente, quien ni tardo ni perezoso aprovechó la oportunidad de desviar la atención de problemas verdaderamente relevantes para la nación y enfocarse en el libro, cual si fuera agente de ventas del mismo.

Como si atendiéramos a un reality show estamos ansiosos del nuevo escándalo, de la siguiente declaración escandalosa o el pleito del momento. Y si esto fuera simple entretenimiento no tendría nada de malo, pero es el destino de la nación y sus millones de habitantes lo que está en juego, no un premio o la promesa de la fama y celebridad.

Gracias a ello, personajes que parecen más bien sacados de una telenovela son quienes acaban ganando los titulares de la vida política. Ya sea una ex presentadora de noticias que no tiene reparo en humillar a una adversaria por su aspecto físico, o una tiktokera convertida en primera dama de Nuevo León, su fin es el mismo: generar escándalo.

Hoy la mayoría de los políticos creen que no existe tal cosa como la mala publicidad y prefieren enfocarse en generar memes o videos cortos para garantizar que sus nombres se graben en el electorado, sin importar que sea por las razones correctas, lo importante es la esperanza de que a la hora de votar simplemente elijan a la celebridad del momento.

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Solemos condenar la frase común de que el fin justifica los medios, pero al menos en ella existe la idea de que el fin acabará redimiendo a quien eche mano de los métodos más deplorables para lograr algo positivo para una mayoría. La situación actual es aún más grave, pues el único fin es hacerse de las posiciones que les permitan ejercer el poder.

Nuestra apatía y la falta de escrúpulos de los poderosos acabarán por costarle caro a la nación. Un primer paso positivo sería dejar de consumir escándalos y empezar a exigir información, aburrida, gris, pero poderosa en manos de una sociedad politizada y bien organizada, cosas que no son divertidas ni entretenidas, pero que nos pueden garantizar una mejor vida.

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