El Pabellón Don Vasco estaba a reventar desde temprano. Michoacanas y michoacanos —de esos que llevan el corazón pintado en guinda— llegaban con pancartas, banderines, matracas… y algo más importante: ganas de estar. No porque los llevaran, sino porque querían ir. Que no es lo mismo.
La militancia de Morena, si uno la mira con calma, se parece más a la barra de un equipo que a una fila partidista. Van a cantar, no a obedecer. Van a aplaudir, no a asentir. Van a llenar de ruido las pausas de los discursos. Y eso, créeme, se agradece.
Cuando Claudia Sheinbaum entró al recinto, la cosa tembló. No de miedo, de emoción. El grito fue unánime y sin ensayo previo o con tantos ensayos que ya forman parte del espíritu de la transformación:
—¡PRESIDENTA! ¡PRESIDENTA!
Ella sonrió como si la voz del pueblo la hubiera abrazado. Y el gabinete que la escoltaba, también.
Habló el gobernador Bedolla. Uno que sabe medir los tonos. Empezó por lo más básico (y quizá lo más necesario) agradecer. Le agradeció a la Presidenta porque:
—“Hoy en Michoacán se paga puntual a las maestras y maestros… y eso se debe a la presidenta Claudia Sheinbaum que nos apoya quincena con quincena”.
Y ahí, como si alguien hubiese ensayado con el universo, empezó el canto de miles de gargantas:
—¡EDUCACIÓN! ¡EDUCACIÓN!
Más fuerte que el micrófono. Más claro que cualquier consigna. Levantaron el puño izquierdo los hinchas educativos. Y el gobernador, como buen jugador de equipo, se sumó al coro.
En ese momento, el presídium aplaudía y sonreía. Porque a veces, en un mitin, se gana más escuchando que hablando.
Bedolla siguió. Dijo que Michoacán es el Estado con mayores avances para enfrentar el rezago educativo en México. Que el INEGI lo respalda, con cifras y todo. Que vamos avanzando. Pero lo dijo sin soberbia. Como quien sabe que el trabajo es de muchos, no de uno solo.
Luego tomó micrófono la Presidenta. Habló con voz clara. Habló fuerte y contundente. Dio datos, dio cifras, pero sobre todo, dio esperanza. Habló de los pueblos originarios, del Plan de Justicia para el Pueblo Purépecha, de los programas sociales, pero hizo también énfasis en el reconocimiento de que es tiempo de mujeres. No sólo como parte de una militancia, no como ancla de vínculos familiares, sino como protagonistas de la vida política de México.
—¿ES TIEMPO DE…? —preguntó.
—¡MUJERES! —respondieron miles.
Y más de uno frunció el ceño. Porque los cambios, cuando son reales, incomodan.
Después, soltó la artillería educativa:
—127 mil estudiantes de prepa con beca.
—14 mil en universidad, también becados.
—27 mil 923 en Jóvenes Construyendo el Futuro.
—11 mil 709 escuelas beneficiadas con La Escuela Es Nuestra (LEEN).
— Todos los alumnos de secundaria con beca Rita Cetina y a partir de 2026, comienza el proceso para que niños de primaria también.
Hizo una pausa. Miró al frente. Y dijo:
—Aprovecho para reconocer el trabajo de las maestras y los maestros. Durante el neoliberalismo se burlaron de ellos. Pero son de lo mejor que tiene este país.
Y claro, volvió la ovación. El coro espontáneo:
—¡EDUCACIÓN! ¡EDUCACIÓN! ¡EDUCACIÓN!
Y esta vez fue Sheinbaum quien se detuvo a escuchar. Con esa sonrisa que no se compra en campaña. A su lado, Mario Delgado levantaba las manos coreando. Lety Ramírez sonreía como si le hubieran leído un poema. Y el Gobernador, otra vez, no se quedó atrás.
El informe, más que un informe, fue una fiesta. De esas donde se celebra lo que sí se ha hecho. Y donde, sin pancarta ni grilla, la educación se coló como el tema más alegre del día.
Dicen que fue casualidad. También fue justicia. Porque durante este gobierno, la que lleva la batuta educativa se llama Gaby Molina. Y en días así, eso también se nota.
Porque se presentaron resultados educativos y si alguien ha sudado la camiseta en ese avance, es Gaby Molina, quien estaba en primera fila atenta a las palabras de la Presidenta. No es común que una Secretaría de Educación se vuelva sinónimo de buenas noticias. Pero esta vez, se le ve en los pasillos, en los datos y hasta en las porras. No es casualidad, es trabajo.
Cuando la Presidenta se fue, lo hizo como llegan las buenas maestras a un salón nuevo: querida de inmediato, reconocida sin decir su nombre, abrazada por la voz de todos.
Y como dijo López Obrador, aunque ya no estaba ahí, desde la voz de ella:
—Amor con amor se paga.
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