Foto: Cortesía

Mujer, ¿alguna vez has necesitado que un hombre te cuide? Seguramente sí. Ojalá no hubiera sido necesario. Y es probable que recurras, otra vez, a la protección que, insisto, quisiera que no necesitaras.

Un ejemplo real y cotidiano, de mi experiencia personal: con frecuencia mi novio prefiere esperarme horas en el estacionamiento de mi trabajo, para asegurar que llegue sana y salva a casa, a permitir que espere la combi sola en una calle oscura, quién sabe cuánto tiempo y expuesta a cuáles riesgos. Tampoco deja que tome un taxi o cualquier otro vehículo que no sepamos quién conduce.

Y él no es un macho, no lo hace por celos o por controlarme. Insiste en que yo aprenda a manejar y me lleve el coche a la oficina, para que la seguridad de mi recorrido deje de depender de su presencia. Ya estamos en eso.

¿Alguna vez un conocido, amigo o pareja te ha acompañado en un taxi o caminando hasta tu casa, para asegurar que llegues bien? Es exactamente lo mismo.

El problema no son ellos, pongan o no, un marco solidario en la foto de perfil de su Facebook -como el que dice “Nací para cuidarlas, no para matarlas”-. Claro que me gustaría que se ahorraran la molestia, la buena intención o el ejercicio de un rol impuesto que anhelamos erradicar.

Sin embargo, vivimos en un país donde hay otro tipo de hombres: los que aprovechan la superioridad natural de su fuerza física, o las ventajas de las circunstancias sociales y culturales, para atentar contra la integridad y la vida de las mujeres, nada más porque pueden.

Es esta realidad contra la que hoy nosotras luchamos… y yo, acepto gustosa la empatía de aquellos que, con hechos, nos brindan el apoyo necesario para que un buen día -uno glorioso y feliz-, dejemos de necesitarlo.

Sí, concuerdo, hay muchos que aún no entienden que no es su deber o la misión que les fue encomendada al nacer. Es bueno que lo sepan, que lo aclaremos. Pero también seamos claras con nosotras mismas y admitamos que la mayoría no podemos cuidarnos solas.

No sabemos cuándo, un cabrón te va a tomar desprevenida y te arrebatará los sueños, el aliento y las posibilidades de conocer un mundo en el que, efectivamente, seamos libres de andar sin miedos, desventajas o la intervención masculina.

¿Cuál es la solución? La imagino. Que efectivamente, hombres y mujeres, aprehendan una única y verdadera misión desde el nacimiento: el respeto.

Es el principio que origina el amor, la igualdad, la justicia, la paz y la libertad. La conciencia de que toda vida es preciosa y que la descomposición de la sociedad y la violencia, comienzan en la familia, y es el mismo núcleo donde podemos extirparlas.

Y así, siendo conscientes, podamos elegir a quienes nos representan y toman las decisiones a nuestro nombre.

¿Un presidente que gobierna inmerso en un delirio, para quien la causa feminista es un intento de los opositores a su gobierno, para atacarlo en sus intenciones de que fracase? ¿Que no reconoce la problemática nacional, sino que la demerita y asegura que las familias mexicanas son fraternas y excepcionales?

¿O un aspirante a gobernador de Michoacán, hoy senador de la República, con un historial turbio, señalado de intento de asesinato a su esposa y por tolerar actos de acoso en su propio equipo de trabajo?

¿O un presidente municipal que aspira a la gubernatura, que en una ocasión refirió que a un par de jóvenes de Capula, las mataron por estar “drogadas”, justificando así el crimen y culpando a las víctimas -asumiendo una postura de revictimización, que aún predomina entre la población-?

Hay que analizar muy bien a quiénes les cedemos el poder de determinar las políticas públicas dirigidas a lograr la realidad que merecemos y necesitamos.

¿Son ellos quienes, realmente, nos representan? Espero que no.

Porque yo no quiero un gobierno paternalista que me cuide, quiero gobernantes que me respeten y cumplan el deber que les fue encomendado y es la razón de ser de los cargos públicos que ostentan.