Descubre “La Ética Detrás del Velo” en un evento único en La Covacha Literaria, donde la narrativa femenina y el activismo se entrelazan.
Morelia, Michoacán.- Entre una atmósfera de otoño vestido de noche, La Covacha Literaria, ese pequeño refugio moreliano donde las palabras suelen encender velas invisibles, abrió su puerta una vez más, pero en esta ocasión no fue para discutir la esperanza inherente a la utopía del activismo feminista centrado a derrocar al patriarcado, sino para darle paso a la metáfora como una grieta luminosa, un flechazo directo al corazón abierto de Elizabeth Legarreta López, quien presentó su libro “La Ética Detrás del Velo”.
La presentadora, Iris Navarro Romero, con su voz cálida, miró al público como quien reconoce un linaje compartido e inmediatamente comentó satisfecha: “Bueno, la mayoría somos mujeres, lo cual es una cosa maravillosa.”
El foro, adornado por el aire de un bar abierto a la intemperie, parecía sostener una respiración común, como si todas hubieran llegado convocadas por un mismo llamado secreto.
Iris presentó a la autora no sólo desde el currículum, sino desde una complicidad tejida con afecto: “Elizabeth de Garreta es una autora, socióloga, periodista y feminista, pero no solamente es eso, Elizabeth es una mujer maravillosa, es una activista social, es una mujer súper inteligente”, e inmediatamente dio paso a la voz de la primera presentadora.
La primera en comentar la obra fue la psicóloga, periodista, y escritora Dalia González Ruiz, quien confesó haber encontrado en las páginas un espejo inesperado.
Sus palabras abrieron una lectura íntima, casi confesional, sobre la protagonista del libro.
“Esa mujer que avanza como quien se busca entre las ruinas y las señales a lo largo del camino ella se va conociendo más”, expresó.
Dalia tejió la reflexión con un pulso que tocó fibras comunes en la experiencia de las mujeres, pues agregó: “Creo que todas hemos pasado por procesos psicológicos fuertes crisis que se vuelven existenciales”.
En su voz, la soledad adquirió una textura reconocible: “En este sistema patriarcal sentimos que estamos solas, que no tenemos con quién estar”.
Entre las escenas que destacó, mencionó el pasaje de un encuentro que resonó como una pequeña revelación: “No tuvo que preguntarle nada, simplemente sintió lo que estaba pasando Graciela y le dijo ‘ven, siéntate’”.
La imagen quedó suspendida en el aire como un recordatorio de los vínculos que no requieren explicación.
Iris Navarro volvió a tomar la palabra para hundir la mirada en un concepto torcido por siglos: el egoísmo y lo reivindicó como un acto de libertad y autocuidado.
“A la mujer se nos ha negado durante años poder decir ‘yo no quiero hacer esto’”, dijo, y recordó que Marcela Lagarde nombra ese derecho fundamental como autonomía, un concepto que pareció asentarse en el foro como una brújula colectiva.
Después, Rocío Martínez fue presentada por Iris como “una bruja en toda la extensión de la palabra, artista, teórica, feminista”.
Rocío habló con la serenidad de quien ha mirado de frente los ceremoniales íntimos de la conciencia, y agradeció formar parte del encuentro.
“Es un honor formar parte de este grupo de Metamórficas Violeta, es una fiesta de talentos”, les reconoció a las integrantes de la colectiva feminista.
Su lectura del libro se inclinó hacia lo simbólico, hacia la alquimia interna que transforma las heridas en rutas.
“A veces hay algo que nos detona una toma de conciencia, es como un chispazo, o lo aprovechas o lo dejas”, comentó.
En su interpretación, el viaje de la protagonista es un diálogo con los portales que toda mujer atraviesa cuando el mundo parece desmoronarse, pero también cuando el mundo comienza a revelarse.
Finalmente, Elizabeth Legarreta López tomó la palabra, y su intervención rompió la distancia entre autora y público, ya que habló desde un origen crudo, sin maquillajes.
“Lo escribí como en un mes, este libro tenía mucho tiempo tratando de salir”, dijo, y recordó su llegada a Morelia como quien vuelve a una escena fundacional: “Llegué sola, en un momento horrible de mi vida, extrañando a mi mamá”.
“La casa, la niebla, las piedras acomodadas en círculo; cada imagen parecía haber quedado impregnada en la escritura”, comentó.
No eludió la oscuridad, la nombró con la honestidad desgarrada de quien sobrevivió a ella:
“Ese año me la pasé encerrada, pacheca, tirada en la cama leyendo de magia”, dijo, y luego dejó caer la frase que pareció condensar todo el libro: “La magia me salvó la vida”.
Contó cómo las deidades se hicieron presentes en el silencio, en las meditaciones, en los portales internos.
“Alexa llegó a mí en una meditación, y luego Freya, que no me suelta”, mencionó, a la par de añadir que el sigilo que encendió el libro fue también una llave inesperada, pues admitió: “Me trajo aquí, me trajo a mis amigas”.
La noche cerró entre fragmentos leídos, escenas evocadas y recuerdos compartidos, mientas, afuera, Morelia seguía respirando el mismo sinuoso frío, aunque La Covacha parecía haber quedado envuelta en un resplandor íntimo: el brillo que dejan las historias que no sólo se leen, sino que acompañan.
Y a pesar de todo, el velo, esa metáfora insistente, quedó flotando sobre todas, pero no como algo que oculta, sino como un tejido sutil que cada mujer aprende a levantar a su propio ritmo.

