Foto: Javier Velázquez/Contramuro

Morelia, Michoacán.- Rostros de niños llenos de felicidad, algunos con aburrimiento y otros más impacientes, fueron en su mayoría el público que tuvo Aurea Ortiz, quién estará todos los lunes del mes de octubre en el Centro Cultural UNAM, en el marco de los Lunes de Cuentacuentos.

Pequeñines impacientes eran el público. Los más jóvenes corrían por todo el patio del centro. Los más grandes esperaban aburridos e impacientes las historias que prometían dejarlos sin sueño, más que el ropavejero o la llorona.

Foto: Javier Velázquez/Contramuro

Dio inició a la lectura de cuentos Aurea, con una voz dulce y melodiosa, casi como el mismo cuento. Comenzó a narrar los países bellos de aquel lugar dónde se desenvolvía la historia, los pequeñines comenzaron a viajar por esos senderos hacía la casa de la muerte y la catrina.

Aquellos pequeños ojos se abrían tanto como la boca de sus madres al bostezar. Oír la palabra muerte para aquellos niños era casi tan temida como escuchar “nada más no te terminas toda la comida y …”, expresada por sus progenitoras.

La melodiosa voz de la cuenta cuentos explicaba a los pequeños el cuerpo de la pequeña muerte y se podía ver cómo ellos construían en esa enorme mente, la imagen descrita de ese personaje travieso que hizo de las suyas durante toda la narrativa.

Sus rostros expectantes sobre lo que pasaría, eran tan grande como el de las paletas que comían algunos mientras les narraban el cuento, sus bocas abiertas los hacía ver como pequeños peces comiendo su alimento.

Algunos abrazaban a sus madres, como se abraza al peluche que los acompaña por las noches, ese que los defiende de los demonios al caer la negra noche en sus cuartos.

Brujas, demonios, muerte, palabras claves que los niños procesan en su mente como algo malo, impuesto por los propios padres como alerta de algo malo o por las películas de Hollywood que tanto los aterran.

Foto: Javier Velázquez/Contramuro

Los más jóvenes, alejados de ese mundo malicioso, corrían por todo el escenario, dejando de lado a la gran señora que hablaba y hablaba, ignorándola casi como a sus propias madres.

A algunos niños, la voz melodiosa que sólo en los momentos de acción próximo a ocurrir algo, alzaba la voz, lejos de asustarlos les provocaba arrullos interminables que los conducía a los brazos de morfeo.

Los cuentos terminaron y los niños agradecieron a su narradora que los haya llevado a un mundo alejado de Morelia por espacio de una hora, por su parte las madres agradecieron esa hora, ya que pudieron ver a sus propios demonios tranquilos.