Los intelectuales y la cuarta transformación
Foto. Cortesía

Si algo ha caracterizado al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido expresar públicamente las diferentes discrepancias y animadversión con los diferentes grupos o sectores que integran el sistema político mexicano. El más reciente caso fue cuando aseguró en la mañanera del 26 de abril del presente año, que su gobierno y al movimiento que representa sólo lo apoya una decena de intelectuales porque el resto fue cooptado con becas y contratos jugosos. En sus propias palabras señaló: “(…) Pero, ¿qué pasa ahora? Que todo ese grupo, en vez de contribuir, ayudar a la transformación para desterrar de México el mal que más aqueja, el mal de la corrupción, en vez de eso, se aferran a defender a ese régimen corrupto”.

     Tal vez esta aseveración pueda ser vista como una diferencia más entre el presidente y un sector específico de nuestra sociedad, sin embargo, desde mi perspectiva representa una valiosa oportunidad para reflexionar el papel que deben desempeñar los intelectuales en nuestro sistema democrático.

     Si bien es cierto, que la palabra “intelectual” tiene su origen en Francia a finales del siglo XIX, cuando un grupo de escritores y pintores dirigieron su compromiso y espíritu creador para transformar la realidad política y social de una noble causa, es importante señalar que, desde la República de Platón hasta los estudios hermenéuticos de Michel Foucault, los intelectuales se han ocupado siempre de qué cosa hacen o deben hacer -es decir, ellos mismos- en la sociedad. Algunos han plateado que se debe tener un activismo político preponderante y otros han planteado mantenerse alejados del poder, y ser solamente una voz de conciencia para la sociedad.

Ingresa a: Contrapesos institucionales

     Desde mi perspectiva, considero que el papel del intelectual ya no es mantenerse en una postura adelante o lado de la sociedad, teniendo como único fin el de emitir una verdad y/o juicio de valor argumentado. El intelectual del siglo XXI debe estar del lado de la sociedad, haciendo que las formas de interpretación de la realidad impulsen la consolidación de los principios democráticos.