alfonso solorzano
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Mucho se ha hablado últimamente acerca del populismo, en especial debido a las políticas del nuevo presidente de EUA, Donald Trump. Populismo es un término que también se ha utilizado para describir la conducta o las acciones de distintos políticos del mundo, sobre todo de Latinoamérica.

Pero realmente ¿qué es el populismo? ¿Es en verdad un adjetivo o término que describe cierta “negatividad” en el actuar de los políticos? O por el contrario ¿Es acaso un tipo de conducta que en el fondo se apega a lo más próximo que desea la voluntad del pueblo?

Aunque en realidad no hay en este momento una definición académica cien por ciento oficial acerca del populismo, tanto por lingüística como por desarrollo histórico se ha generado una especie de “descripción característica” sobre la mayoría de lo que involucra el populismo.

La palabra populismo proviene de “popular”, entiéndase esta palabra cómo algo que proviene del pueblo, es decir de las principales masas sociales de una población. Si se enfoca este significado lingüístico al aspecto político, se entendería que el populismo sería aquella política que va conforme al gusto o criterio de las masas o la mayoría del “pueblo”.

Si entonces se toma este último concepto, se entendería que las políticas que sean aparentemente acordes al pensamiento de las masas, o que sean también en apariencia elementos que las masas desean, son políticas populistas; por lo tanto aquellos que apoyen su difusión y/o implementación serían políticos “populistas”.

En ese sentido si una política populista es de aparente agrado o de criterio positivo para las masas ¿Por qué se ha generado un concepto negativo acerca del término populismo? Podría decirse que hay una “razón histórica” causa de que el mencionado término tenga una carga negativa en el lenguaje político actual.

Esta “razón histórica” tiene su origen en la edad antigua, y se relaciona con la misma crítica que se tuvo respecto la antigua democracia griega, es decir, la consideración

de que las masas “no tienen capacidad” para tomar las decisiones adecuadas. Pero sobre todo esta “razón” tiene su fundamento en la idea central del llamado “elitismo” o gobierno de elites en la república romana.

En este periodo de la historia de Roma, existían aquellos que creían que el manejo político debía de ser tomado por solo unos cuantos que supuestamente tuvieran la mejor preparación así como un cierto nivel socio-económico, o que fueran de gran influencia social o política; a su vez estos defensores del elitismo consideraban que el populus o pueblo, no tenía buen criterio para tomar decisiones en el ámbito público y por ello solo los “mejores de la sociedad” debían ser los que tomaran las decisiones, ya que solo las élites “sabrían bien” lo que más le convendría al pueblo.

Parcialmente los críticos del populismo han tenido razones relativamente “solidas” para criticar el mencionado concepto, pues efectivamente ha habido, y continua habiendo, políticas populistas que aunque aparentemente son “de agrado” de un sector importante o mayoritario del pueblo de alguna sociedad, en el fondo terminan generando un daño mayor que el supuesto beneficio que la política tendría en las masas. Ejemplo de ello podría ser cuando se han subido los salarios mínimos por decreto de algún ejecutivo sin haber condiciones económicas para ello o alguna estrategia de seguridad que aparentemente este destinada a combatir a un enemigo público pero que en realidad no se dirija de manera adecuada y únicamente genere violencia sin concretar su objetivo.

Estas dos políticas aunque en un primer momento puedan ser de agrado para “las masas” a mediano y largo plazo solo perjudican, no solo a la mayoría sino a prácticamente a toda la población.

No obstante el que se realice alguna política que sea de agrado de las masas o que este basando en el criterio de estas, no es sinónimo de que esa política será necesariamente una política negativa, de hecho incluso puede terminar habiendo políticas populistas benéficas tanto para las masas como para el resto de la sociedad. Un ejemplo de ello podría ser la expropiación petrolera en México cuya esencia fue reivindicar los derechos de los trabajadores petroleros así como también mostrar que el estado mexicano ejercía el poder económico suficiente para desarrollar su propia industria de petróleo; otro ejemplo de este estilo podría ser en Argentina durante el gobierno de Juan Domingo Perón, cuando este último garantizó derechos laborales esenciales para los trabajadores urbanos y rurales.

Incluso también se puede considerar que existen actitudes populistas “neutras”, es decir populismos que no producen en el mediano ni en el largo plazo beneficios o perjuicios para la población en general. Un ejemplo de ello podrían ser los discursos estridentes de ciertos gobernantes, o los desfiles de éstos junto con los militares o fuerzas armadas en algún día festivo de importancia nacional, tal como ocurre en ciertos países, sin que dichas conductas provoquen consecuencia alguna.

Es también importante señalar, que son raros los políticos que sean cien por ciento “populistas” o cien por ciento “elitistas”, la mayoría usualmente son “mixtos” aunque se orientan más a uno de los dos aspectos; por lo tanto a veces es posible encontrar políticos de “élite” que utilicen ocasionalmente tácticas populistas o viceversa.

Como se puede observar el populismo propiamente no es algún defecto o alguna cualidad en lo que respecta al campo político. En realidad sería más bien una especie de herramienta o “estrategia” de parte de ciertos políticos, que dependiendo de cómo se utilice puede producir consecuencias positivas, negativas, e inclusive neutras.

Por tanto, podría decirse que es una falacia tanto decir que un político populista es “perjudicial”, como también decir que un político populista es “benéfico” para la población en general. Lo que realmente determinará el impacto positivo o negativo de tal o cual político será el manejo que utilice para la planeación y ejecución de sus políticas, independientemente si son o no populistas.