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Hace unos pocos meses, el PAN sufrió de un colapso al interior que implicó la salida de personajes como Margarita Zavala, Gabriela Cuevas, Javier Lozano, Ernesto Ibarra, … o el pronunciamiento abierto de que liderazgos bien definidos al interior de esa fuerza política van a dar su apoyo a candidatos de otros partidos, como se podría entender de lo expresado por Ernesto Cordero al cuestionarse su cercanía con el virtual abanderado del PRI, porque consideran que el candidato del partido por el cual fueron electos, no es quien representa los ideales de justicia, democracia y humanismo político. Una división que para algunos ha fortalecido, sanado y saneado al PAN como el partido que se acerca más a los jóvenes, con una imagen fresca y renovada de nuevos liderazgos políticos encabezados por Ricardo Anaya y Damián Zepeda, como la expresión más clara del cambio, un cambio inteligente, y de la apuesta por un México fuerte, competitivo y seguro. En tanto que, para otros, los que se han ido, se van pregonando que el PAN vive sus peores momentos y que se ha olvidado de sus orígenes, de ese momento fundacional en donde la democracia parecía más un acto de heroísmo que una forma de vida. Los primeros tienen el derecho legítimo de la duda, en tanto que a los segundos sólo usted tendrá una mejor opinión, pues ahí aplica más el dicho que se juzgan los actos más que las palabras.

Al respecto y pese a las posibles divisiones y escenarios catastróficos que vislumbraban que el PAN estaría en la lona y que había llegado su fin, la encuesta del Universal de hace unos días, lo pone en segundo lugar en la intención del voto, como una opción sería para ganar la Presidencia en las próximas elecciones federales. Parece que se están superando las profecías fatalistas o los augurios llenos de odio y rencor que aseguraban enfáticamente que Acción Nacional “no levantaría”. Sorpresa, si bien el PAN no ha levantado o despuntado meteóricamente en el último mes, si queda claro que hoy en día es la opción que está más cerca de pelearle a MORENA, el triunfo en julio. Todo parece indicar que dicha fuerza política ha logrado superar los fantasmas de divisiones o rupturas profundas. Un proceso que se dio muy temprano, tal vez más para bien que para mal, pese a los pronósticos reservados de los analistas en la materia.

Ahora bien, lo interesante de esta situación es que viene el turno del PRI. Ahora es momento de que el revolucionario institucional, tras la categórica alineación y litúrgica elección de su precandidato a la Presidencia de la República, a nivel macro, se deben definir candidaturas en lo micro. Por ello, le toca su turno al partido del presidente, al partido en el poder que con toda su fuerza y aparato es también el partido más cuestionado y más impopular. Es momento de que el PRI se enfrente al reto de salir cohesionado, con el menor número posible de divisiones o fracturas, una vez que se definan las listas a las candidaturas para las presidencias municipales, alcaldías, gubernaturas y posiciones en los Congresos locales y en el Congreso federal. Veremos sí el tiempo y la escuela añorada de la vieja disciplina partidista sigue firme y se mantienen los mecanismos tradicionales que han asegurado la unidad en otros momentos. Tal como se logró operar para romper los candados que permitieron que un “no priista” pudiera ser su candidato o de que pese al carisma y liderazgo de un aspirante como Osorio Chong quedase en el camino ante la alternativa ciudadana de un ciudadano que representa las virtudes de una “tecnocracia” sustentada en la capacidad, el profesionalismo y la élite totalmente distanciada con las clases populares, obreras, campesinas y el pueblo en general.

El priismo, en cualquiera de sus ámbitos, ya sea viejo, tradicional, corporativo, leal, nuevo, activo, de conveniencia, clientelar o como se le quiera denominar o calificar, debe superar la prueba del temple. Es el momento en el que se “cala” la dureza y flexibilidad del metal del que está constituido dicha fuerza política. No por algo tienen más de 70 años como partido hegemónico, en el sentido más clásico del término, es decir, como el partido que todas la ganaba o que era la única opción para acceder a algún cargo de elección popular en nuestro país. Su capacidad de adaptación, como prueba de flexibilidad ideológica o altas dosis de pragmatismo técnico, conjuntamente con la férrea disciplina partidista sustentada en la lealtad al líder máximo, al primer priista de la República, y en la posibilidad de que en algún momento sea el momento del “ya te toca”, “ahora si vas tú”, “ya te hizo justicia la Revolución” o sencillamente “el Partido te reconoce”, habían sido los ejes para asegurar la unidad y reducir cualquier posible eventualidad de ruptura.

En este sentido, ¿al PRI le alcanzará para agrupar entorno a algún liderazgo, cualquier señal de disidencia o fractura estructural? La marcha de la dignidad del pasado domingo en la capital de Chiapas, encabezada por Eduardo Ramírez, presidente estatal del PVEM y aliado incondicional del PRI, por la imposición del precandidato Roberto Albores Gleason, es una prueba de la fuerza de los liderazgos políticos locales que exigen se les reconozca como las fuerzas vivas del partido, como las fuerzas que operan y tienen contacto directo con las bases, como la esencia de cualquier proceso legitimador que trate de imponer a un candidato desde el centro. El reto no es menor si consideramos las siguientes variables que lo hacen, por demás, altamente interesante: a) el precandidato que “no levanta”, como se dice coloquialmente, lo que aparentemente muestra una limitada capacidad de encauzar cualquier disidencia al interior; b) la falta de una relación que logre crear una liga entre la identidad del precandidato que se dice “ciudadano” y la militancia que no se ve claramente que ya lo haya aceptado como “suyo”; c) los altos niveles de desaprobación social de la gestión presidencial que son un freno a cualquier injerencia notoria o extremadamente visible del máximo priista del país dentro del partido; d) la diversidad de opciones políticas que no sólo se constituyen como el enemigo a vencer, sino también como las alternativas de resguardo ante una venida a mal o una salida de conveniencia mutua; e) los escándalos de corrupción de sendos gobernadores priistas, cuyas administraciones han contribuido a incrementar la pobreza, la inseguridad y violencia, el desempleo y el enriquecimiento ilícito de políticos y funcionarios públicos; por mencionar algunas. Al parecer, el peor enemigo del candidato Meade, su principal obstáculo es el propio partido que lo postula.

En suma, el PAN casi la libra o la está librando en cuanto a eso de divisiones y fracturas internas, ahora es el turno del PRI.

Ernesto Navarro.

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