Marx y el trabajo (ese que no tuvo)
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Al cumplirse 141 años del aniversario luctuoso de Marx se ha reavivado un viejo chisme para acusar al pensador alemán de jamás haber trabajado en su vida, pero sí considerarse autorizado para hablar sobre el tema. No es casual que en este momento que el mundo se debate en una crisis de modelo económico, este tipo de tonterías salgan de nuevo a relucir.

Lo interesante es que se hable sobre trabajo cuando, como señala el historiador de origen israelí Yuval Noah Harari, estamos en la antesala de un cambio radical en el paradigma de lo que entendemos por éste, pues asegura que por primera vez en la historia no sabemos cómo será el trabajo dentro de una década.

Y es que la Inteligencia Artificial avanza a pasos agigantados, y como toda la tecnología previa a ella, va muchos pasos adelante de las estructuras jurídicas que nos permitan tener un control efectivo sobre las consecuencias que esto tendrá en la vida de la mayoría de la humanidad, la cual sólo posee su trabajo para ganarse la precaria subsistencia.

A esto hay que sumarle el hecho que como denunció David Graeber en su libro de 2018 “Trabajos de Mierda”, muchos de los trabajos que actualmente se realizan -sobre todo en el sector privado- son trabajos carentes de sentido, a tal grado que quienes los realizan saben bien que podrían desaparecer sus funciones y absolutamente nada cambiaría.

Para el Godínez promedio que pasa el día llevando papeles de un lugar a otro, llenando informes que nadie va a leer, o peor aún, vigilando que otros hagan un trabajo tal vez igual o más innecesario que el de ellos, seguramente la idea de una persona que dedique sus días a pensar y analizar cómo funciona un sistema global, seguramente no le parezca trabajo.

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Sin embargo, hace más de 150 años ese barbón holgazán logró descifrar los elementos centrales del trabajo en la sociedad capitalista y la forma en que una buena parte de éste es expropiado por el dueño de los medios de producción que lo ha contratado y a partir de ello su vida estará dedicada enteramente a incrementar dicho excedente hasta llegar a niveles obscenos.

Claro que el exceso de trabajo muerto (maquinaria y materias primas) frente al trabajo vivo (asalariado) acaba generando crisis, pues los trabajadores en conjunto son tan miserables que no pueden adquirir mercancías y éstas empezarán a apilarse en fábricas y bodegas sin encontrar salida, como ya pasó tras el crack de 1929, y en menor medida se repite regularmente.

Esas ideas explicaron una crisis que pasó varias décadas después de que Marx dejara el plano existencial, y siguen explicando mucho de lo que pasa y pasará en el futuro inmediato, pues en esencia la sociedad capitalista funciona sobre las mismas bases.

Esas mismas bases ahora llevan a los grandes capitalistas, sobre todo los del primer mundo, a buscar nuevas formas de reemplazar trabajo vivo, por trabajo muerto de máquinas y una buena dosis de trabajo vivo de países que poseen políticas -o carecen de ellas- que abaratan en exceso el precio de su mano de obra.

El trabajo fabril se concentra ya en países asiáticos y cada vez menos en países subdesarrollados como México, mientras que los países desarrollados se encargan de promover trabajos menos necesarios (de mierda), pero que pretenden evitar estallidos de malestar social en sus democráticos palacios.

Sin embargo, muchos de esos trabajos, como el de los profesionales del derecho, que actualmente consiste en rastrear robos de derechos de autor en internet, son trabajos que ya hace una máquina y que en poco tiempo perfeccionará a tal grado que será innecesario el trabajo de una gran parte de estos profesionales.

Hoy que a una cantidad importante de personas les preocupa el hecho de que Marx haya trabajado en su paso por el mundo, tal vez sería más prudente que se empiecen a preocupar si el trabajo tan importante que hoy realizan no será menester de alguna máquina o software que se esté desarrollando ahora mismo en un taller de Silicon Valley.

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