Una nueva educación para qué nueva realidad
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Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus

Si el centro de la educación formal fueran los contenidos, la escuela hubiera sido desplazada desde hace un par de siglos por los medios de comunicación masiva, desde el surgimiento de la imprenta hasta la actual omnipresencia de la internet. Pero hoy, ante su ausencia generalizada, somos testigos de la verdadera importancia de la escuela.

En el hogar se aprenden, para bien o para mal, las primeras formas de interacción sociales, pero es en la escuela donde están se perfeccionan. La escuela es una preparación para las organizaciones e instituciones con las que nos habremos de enfrentar para los próximos años, y es la principal correa de transmisión de la ideología.

Se puede hablar mucho del proyecto de la educación pública mexicana y su búsqueda de hegemonía por medio de la idea de una unidad nacional que en realidad nunca ha existido, pero es un hecho que la escuela, en México como en todo el mundo, prepara a la niñez y a los jóvenes para la integración social en la adultez.

Si en la familia existen estructuras de autoridad, pretender que toda la sociedad sea una reproducción de éstas sólo podría tener como consecuencia una sociedad todavía más enferma que la actual; por ello, el paso a la escuela es fundamental para que los niños vayan socializando otras formas de institucionalidad y organización.

La relación con otros niños, sus pares, que deben responder a nuevas formas de autoridad, permite que los menores reconozcan que existen reglas y normas a las que deben atender, de la mano con estas reglas vienen también paquetes de sanciones que reforzarán ciertos tipos de conducta, que -por mal que suene- será necesaria para lograr mejores relaciones en el futuro.

El confinamiento que hoy enfrentan los niños modifica, más no destruye estas relaciones, ya que hoy en cada aparato tecnológico hay una ventana a las interacciones sociales de todo tipo y con todo el mundo. Pero las formas de autoridad más allá del hogar se van desdibujando, los profesores están ahora más limitados que antes en el ejercicio de su autoridad.

No es que la autoridad desaparezca, se transfigura en nuevos personajes, influencers que elevan sus ocurrencias a nivel de valores, puede ser un claro ejemplo de ello. Las redes sociales abren un cúmulo de posibilidades no sólo de autoridades, también de supuestos pares, aunque no queda claro quiénes en realidad están del otro lado de los dispositivos.

Tal vez la nueva generación esté preparándose para lo que eventualmente serán las relaciones convencionales, y entonces la escuela se puede estar difuminando en toda una cyber-comunidad. Una idea progresista de la educación tal vez no tenga reparos en aceptar esta nueva normalidad escolar.

Sin embargo, vale la pena cuestionar qué tipo de comunidades se generarán ahora, tal vez la preponderancia del Estado sobre los contenidos y las formas en que estos son transmitidos encuentre aquí el tiro de gracia, y se genere una nueva escuela más universal y menos sumida en mitos maniqueos.

Pero este desvanecimiento de las distintas autoridades, desde el profesor hasta el Estado, también puede abrir la puerta a la profundización de las disparidades que ya existen, pero que por medio de la formación escolar y la idea de nación procuraban palearse.

Al menos el trabajo ya se está precarizando más gracias a esta nueva normalidad, por qué no habría de pasar lo mismo con la educación.

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