Foto. Cortesía

Por. Mario Teodoro Ramírez

Desde el año 2002 advertimos la necesidad de un cambio profundo en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Como candidato a Rector para el periodo 2003-2007 y luego también para el periodo 2007-2011 presenté un diagnóstico de las deficiencias y vicios de nuestra Universidad y una propuesta de Reforma Integral de la institución, que recuperase el proyecto histórico-cultural nicolaita, sus valores filosóficos y humanistas más enaltecidos, y que adecuara la normatividad universitaria a los procedimientos democráticos y de transparencia administrativa bajo la égida de los principios de autonomía y responsabilidad social. Hubo oídos sordos a estos planteamientos (que expuse en el libro La reforma moral de la Universidad) y desde 2004 nuestra institución fue llevada paulatinamente a la crisis en la que hoy se encuentra y que está poniendo seriamente en duda su viabilidad.

            Insistimos particularmente en que la Universidad debía guardar el sentido original y auténtico de la autonomía como condición de una vida académica y político-institucional sana y congruente, y señalamos que había que evitar malos usos de la ‘autonomía’. La Universidad no es un espacio de excepción: está obligada a dar cuenta a la sociedad del buen uso de los recursos públicos que se le asignan y del adecuado cumplimiento de sus objetivos, tareas y funciones. La Universidad se debe al pueblo y debe corresponderle con lo mejor de ella misma: valores, conocimiento, desarrollo, educación, cultura.

            Señalamos que la causa de los problemas de la Universidad remitían a la desafortunada e inaceptable utilización política de la institución y a la ausencia de legitimidad de la autoridad universitaria. Desde hace décadas y hasta ahora los cargos en la administración universitaria han sido decididos en función de componendas políticas y sin mirar por lo más conveniente y necesario para la institución. Como plantee a fines del año pasado en mi tercer intento por ser Rector, en mi calidad ahora de Profesor Emérito de la UMSNH, es necesario que la Universidad redefina y actualice su Proyecto acorde con los nuevos tiempos que vive el país, particularmente con el programa de la llamada Cuarta Transformación que, más allá de posiciones y afinidades políticas o ideológicas, obtuvo el apoyo mayoritario de la sociedad mexicana en las pasadas elecciones presidenciales.

            El programa político del actual gobierno propone objetivos que difícilmente no podríamos compartir todos los mexicanos y los nicolatias en particular: acabar con el cáncer de la corrupción, moralizar la vida pública nacional, combatir la inseguridad y la violencia a través de un amplio programa de desarrollo social que atenúe en la medida de lo posible la extrema desigualdad económico-social que padecemos, y reafirmar los valores históricos y culturales de la sociedad mexicana en la rica diversidad que la caracteriza.

            Es una pena que nuestra Universidad, habiendo contribuido de forma esencial a las tres  grandes transformaciones que ha vivido nuestro país (Independencia, Reforma y Revolución), hoy se encuentre postrada, anegada, y al filo del desprestigio total.  Para salir del atolladero sería necesaria una firme y decidida voluntad de corrección institucional que elimine toda forma de corrupción (política, administrativa, académica, moral) y reoriente el desarrollo de la institución conforme a los altos principios y valores de una “Universidad sin condición” (como dice el destacado filósofo francés Jacques Derrida): verdad, razón, justicia, igualdad, libertad, comunidad. Sin una visión filosófica y académica clara y consistente y un compromiso auténtico con el desarrollo de nuestro Estado y del país, las medidas que se intenten tomar para garantizar la viabilidad de la Universidad resultarán insuficientes y superficiales. No está todo acabado. Los nicolaitas tienen la palabra. Los tiempos de crisis son también tiempos de oportunidad.