Marx Aguirre Ochoa
Foto: Marx Aguirre Ochoa Columna / Contramuro

A lo largo de la historia mexicana, la desigualdad en la expresión de ricos y pobres ha estado invariablemente presente.  Por supuesto que existen otras desigualdades, raciales o culturales, inclusive territoriales, pero la riqueza en sus componentes de posesión, ingreso y prestigio representa un elemento esencial para una gran parte de la sociedad. 

La desigualdad incluye la educación que permite el diseño y manejo de modelos ideales.  La pobreza entendida en  su condición de fatalidad por decisión divina o porque “así son las cosas”, ha estado imposibilitada para diseñar opciones distintas a la frustración, el enojo, la injusticia en sus vidas y al resentimiento. En consecuencia, los rencores acumulados y los odios han actuado como fuerzas poderosas para la destrucción y la muerte, sin la propuesta para sustituir lo indeseable por lo deseable, lo malo por lo bueno. 

No es casualidad la situación de violencia y delincuencia que vive el país. México tiene urgencia de cambios en todos los aspectos de la vida nacional. En su caso, Michoacán no es ajeno a estas demandas.  Particularmente el poder público, en sus distintos órganos y niveles de gobierno, necesita de imprescindibles transformaciones en su forma, contenidos y propósitos. Los medios disponibles para solucionar los grandes problemas del país están siendo insuficientes e ineficaces. Hay desempleo, hay pobreza, hay marginación, la desigualdad no se iguala,  la migración continua y continua,  la inseguridad aumenta cada día,  las expresiones educativas son mínimas, no se ve el dinamismo rural y urbano, el debate de las ideas y estado de ánimo colectivo esta sumergido en la pérdida de valores y descomposición social, no ha habido las respuestas apropiadas por parte de los instrumentos que la democracia, la transición y la alternancia ofrecieron a la sociedad. 

Las estadísticas de todo tipo de delitos violentos, feminicidios, asesinatos brutales a niños, solo muestran la organización de la delincuencia y cómo se perfecciona constantemente, no sólo en sus componentes tecnológicos, sino en los conceptos mismos sobre su estructura y operación. No debería olvidarse que la violencia está vinculada fuertemente con los problemas de pobreza y desigualdad social, sumado a una falta de Estado de Derecho, impunidad y corrupción, con  profundas raíces sociales.  Los riesgos que contiene el resentimiento social en las circunstancias del presente son relevantes. Las mayorías quedan expuestas a las iniciativas de osados manipuladores, a las tentaciones de la delincuencia organizada, al uso cotidiano de la violencia y a la opción de los estallidos sociales sin propuestas alternativas consistentes. 

Los grandes cambios sólo son posibles con la participación y el entusiasmo colectivo, cuando existe capacidad para visualizar los caminos que conduzcan el abandono de la desigualdad y cuando se tiene la convicción de que los esfuerzos de hoy son la semilla que proporcionará la abundancia en el futuro, en sinergia con la sociedad y el gobierno. La descomposición social se podra abatir con conciencia, desde las causas, desde la familia, desde el ejemplo,  sin estos ingredientes tan sencillos, sólo queda la rabia que se contiene y que se libera con estallidos desintegradores, destructivos, violentos y regresivos.  

Sin restricción alguna, en los ámbitos de cada quien, habrá de impulsarse la formación de una conciencia que devuelva los ánimos, el optimismo y el orgullo que debe proporcionar la identidad que nos caracterizó algún tiempo a los mexicanos: Un pueblo bueno, trabajador y solidario¡

Licenciada en Administración de Empresas, egresada del Instituto Tecnológico de Morelia, Maestra en Administración de Negocios por el Instituto Tecnológico de Monterrey, tiene el Doctorado en Políticas Publicas por parte del Instituto de Investigaciones Económicas y Empresariales, ININEE, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, así como la estancia Doctoral en la Universidad de Cornell en Nueva York, Estados Unidos