Desigualdad, discriminación y violencia contra las mujeres en México en el Plan Nacional de Desarrollo
Foto: Cortesía

A Ingrid Escamilla, in memorian.

Por: Rubí de María Gómez Campos

No es sólo el hecho de que en México diariamente se asesine a 10 mujeres.

Ni sólo el horripilante caso de un feminicidio en el que el sadismo se describe en todos sus detalles.

No es sólo que la víctima haya intentado denunciar, pedir ayuda a las autoridades responsables de protegerla.

Tampoco es sólo que los vecinos hayan escuchado durante mucho tiempo y ese día los  gritos de dolor y el posterior silencio.

Ni siquiera que la familia supiera de actos previos de violencia.

Lo que más duele es la indiferencia…

No es sólo que su cuerpo convertido en despojo sea exhibido.

Ni sólo que la imagen de estos hechos se “filtrara” re-victimizando y multiplicando el dolor de su familia.

No es sólo que dichas “filtraciones” produzcan morbo, escarnio, burlas y la interpretación vulgar culpe a la víctima.

Tampoco es solamente que en las redes sociales se limite la difusión de expresiones de ira  y dolor por los hechos cruentos del crimen.

Ni que al mismo tiempo imágenes del cuerpo destrozado se sigan difundiendo.

Lo que más duele es el odio misógino expresado, desatado…

No es sólo que la hayan asesinado delante de un muchacho autista, hijo del criminal.

Ni es solamente que hayan desollado su cuerpo, descuartizado y extraído sus órganos internos.

No es sólo que hayan tirado partes de ella por el desagüe y las alcantarillas.

Ni que después del hecho no podamos dormir, estemos tristes, y nuestras hijas aprendan a vivir en medio de la angustia.

No es ni siquiera solamente la nula capacidad de proteger el alma de la infancia, expuesta a imágenes de atrocidades exhibidas en publicaciones ignominiosas en cualquier esquina.

Lo que mas nos lastima es la crueldad inhumana e infinita…

No es que las leyes sean absolutamente ineficientes en preservar la vida y la dignidad de las mujeres.

Ni que su inoperancia irresponsable esté ligada a la concepción misógina de quienes las aplican e instrumentan.

Ni siquiera es el hecho de que contradictoriamente, en su intento de mejorarlas, reconociendo que los feminicidios se han cuatriplicado, en sus propuestas (“claras e inobjetables cual ninguna”) las autoridades busquen ocultar los hechos.

Tampoco es sólo la indigna posición de un gobierno que ni siquiera nombra a las mujeres más que como madres reprendedoras y grupos vulnerables.

Lo que más nos ofende es su ignorancia arbitraria y su autoritarismo…

No es sólo que ningún gobernante haya estudiado las causas de la violencia con un real compromiso.

Ni que quienes nos representan usen de su poder y viajen protegidos rodeados de guaruras.

Tampoco es que limiten la voz de las mujeres, la denuncia y la crítica de quienes han luchado por un mundo más justo, por temas que sólo ellos consideran más importantes que la seguridad y la vida de mujeres y niñas.

No es el escándalo de voces convencidas de una extraña compasión por los muros, que se complace ante el dolor profundo de las víctimas.

Ni que las decisiones de unos cuantos incapaces de reconocer la dignidad humana, a quienes les parece difícil comprender y aplicar medidas de justicia, sean quienes en pleno ejercicio autárquico de su “autonomía” determinen el camino.

Lo que más nos lastima es sabernos tan solas…

Lo único que nos queda en el desolado panorama de indignidad y tristeza compartida es nuestra propia claridad y nuestra fuerza.

Lo único que realmente poseemos es el impulso de nuestro coraje, producido por el dolor de heridas cada vez más profundas.

Lo único que tenemos es amor a la vida.

Lo único que podemos ejercitar es la creatividad portentosa, surgida del corazón de nuestras hermanas, madres, hijas…

Lo único que nos queda es la potente fuerza del nosotras, antes de desaparecer esparcidas en trozos por los caños oscuros de esta sociedad enferma una por una…