Acapulco fue una alerta
Foto. Cortesía

Francisco Lemus | @PacoJLemus

Los impactos del cambio climático son cada día más perceptibles, y cada día representan un mayor sufrimiento, pero mientras una parte considerable de la humanidad siga viviendo en el falso paradigma de la abundancia es prácticamente imposible darle su verdadero peso a los riesgos a los que como humanidad nos estaremos enfrentando en los próximos años.

Así como los costos sociales por lo general son pagados por quienes menos recursos tienen, en el caso de los costos ambientales la situación será la misma. Los países, regiones y pueblos que menos cargan con responsabilidad de los impactos ambientales que han dañado al planeta, son quienes primero resultan afectados.

Hoy a México le ha tocado sufrir el salvaje embate de un fenómeno ambiental que, más allá de los pretextos del gobierno y ataques de la oposición, representó una situación sui generis que costó vidas. No sólo quienes murieron al instante, sino aquellos que murieron después por la falta de recursos que dejó el desastre.

Ya los medios masivos se han dado un festín explotando la conducta de quienes ante una situación extrema han actuado de manera extrema, pero no importa cuánto sufrimiento nos muestren en las pantallas; la realidad es que nos seguimos sintiendo ajenos a él.

Un ejemplo de ello es ver la situación en la que se encuentra el lago de Cuitzeo, el segundo lago más extenso de México y en cuya cuenca se encuentra la capital michoacana. Desde luego es un lago de poca profundidad y ya hace bastantes años se tiene registro de que se secaba parcialmente en eṕocas de estiaje.

Pero la diferencia central es que ahora se seca con cada vez más frecuencia y en este año, particularmente seco, la situación se ha agravado. Esto es una consecuencia de la intensidad con la que se ha desarrollado la agricultura en toda la región, así como el aumento de la población, lo que pone una presión creciente sobre los recursos hídricos de la cuenca.

Sin ninguna restricción ahora las huertas de aguacate ya se han extendido al municipio de Morelia, generando más demanda de agua, que es prácticamente regalada para los productores, mientras que ellos reciben grandes ganancias de la venta del fruto para el deleite de paladares de todo el planeta, pero sobre todo de los países desarrollados.

Ya vimos que los desastres ambientales son muy costosos, lo más probable es que Acapulco nunca más volverá a tener una mínima parte del esplendor que a mediados del siglo XX le caracterizó. Pero más allá de la tristeza que eso pueda generar a los amantes de la playa, tendrá graves costos sociales y económicos para quienes vivían de su atractivo.

Este debería ser un llamado a la conciencia, y que como ciudadanía tomemos acciones para romper con la mala costumbre que tienen los grandes empresarios de llenarse los bolsillos a costa de los demás, y sobre todo exigir que el gobierno deje de actuar de su comparsa y les ponga un alto.

Seguramente se hablará de empleos perdidos, como si cuando venga el desastre no se van a perder más y de peor forma. Como en Acapulco.

Tantos años hablando de números han servido de muy poco para concientizar sobre la gravedad de los riesgos ambientales a los que nos enfrentamos, y cuando se habla de tantas cantidades simplemente se pierde la dimensión real de cómo esto afectará nuestras vidas.

Ingresa a: El conflicto palestino-israelí

Por ello hoy estoy convencido de que más que de la economía, debemos echar mano de la comunicación para generar una verdadera conciencia del tamaño de la amenaza ambiental, para -sin provocar un pensamiento apocalíptico, al que nos parece fácil recurrir- concientizar acerca de las acciones y decisiones que debemos tomar, mientras aún haya tiempo.

Los comentarios de la columna opinión son responsabilidad de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de contramuro.com