Foto: Francisco Zavala

Al calor de un debate sobre si un Estado de bienestar europeo debe o no garantizar a todas las personas que se encuentren en el mismo, un nivel de seguridad social tan alto como para realizar cualquier tipo de tratamiento médico necesario ante diferentes situaciones, aún y cuando el costo sea muy elevado, un muy inepto servidor público del Ayuntamiento de Morelia respondió, entre otra sarta de estupideces: ¡Que se mueran! Propuso, haciendo alusión a los pacientes que pudieran estar bajo el supuesto en discusión académica.

 

En lo personal, suelo realizar diversos análisis sociopolíticos a lo largo de las semanas. Y entretantos, la expresión que anteriormente acuñamos de “un muy inepto servidor público”me llevó a la reflexión sobre la incompetencia. Un problema más de este país, que podemos definir, en breve, como la falta de pericia, aptitud o idoneidad suficiente para realizar una determinada tarea. (Academia de la Lengua Española).

 

Luego de tanto pensar en esto, la rabia que experimento, cada vez que se cruza una de esas joyas por mi camino, me cala hasta los dientes porque sé que ese es el pobre pensamiento de muchos funcionarios públicos, que viven holgadamente de nuestros recursos y que a diario toman decisiones que llegan, incluso, a transformar nuestras vidas.

 

Así las cosas, ¿Qué podemos esperar de un Ayuntamiento pobre de consciencia y de criterio que tuvo a bien invitar a trabajar personas tan incompetentes que responden ante un debate supuestamente de altura: ¡que se mueran!?; ¿Qué tanta mierda tendrán en esas cabezas como para tomar decisiones por nosotros los ciudadanos?; ¿Qué pasará con esos funcionarios de burla y de cinismo cuando tengan que decidir sobre algún tema que puede cambiar la vida de una comunidad entera?; ¿Qué contestarán estos infames ante la tímida pregunta de una persona vulnerable que busca respuestas y que necesita hasta lo más indispensable para poder seguir viviendo?; ¿Qué nos depara el futuro próximo a los morelianos que nos sentimos defraudados de nuestras instituciones públicas y cómo no hacerlo, hasta con mayor razón, cuando nos encontramos con brutales fichitas que hoy, ocupan un cargo público en la ciudad y todo por ser amiguetesdel “independientísimo” alcalde moreliano Alfonso Martínez?.

 

Recientemente, algunas organizaciones de la sociedad civil, encabezadas por la consultiva internacional Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH) y por  la Open SocietyJusticeInitiative (OSJI) emitieron un informe (bastante plausible por cierto, porque se hizo con un serio compromiso) que denuncia con toda objetividad, la incompetencia del Estado Mexicano para la resolución de sus problemas. Y entre los muy acertados argumentos del mismo, se habla también de que la falta de voluntad por parte de los funcionarios públicos, en todos los niveles, es un factor trascendental que inhibe cualquier esperanza de desarrollo público en el país. Aunado a lo anterior, también se puntualiza que gran parte de esta problemática se agudiza cuando se percata la terrible realidad de la incompetencia burocrática, esto es, de que existan miles de individuos que no cuentan con la pericia, las aptitudes ni la idoneidad necesaria para ocupar espacios públicos que requieren una urgente, profunda y sincera transformación de consciencia.

 

Y me atrevo a plantear un cambio verdadero de pensamiento porque sinceramente,     –aún y cuando se que lo anterior implica ir en contra de la objetividad del estudio ya referido- el servicio público puede no implicar (en ocasiones) una capacidad técnica muy sobrada. Por el contrario, me parece que es cuestión de ética personal y de voluntad humana, porque aún y cuando el funcionario se sepa ignorante frente a determinado planteamiento, puede tener la humildad para reconocer su flaqueza, y la virtud para buscar a toda costa el aprendizaje que le lleve a la superación. Pero desafortunadamente no es el caso. Una gran parte de funcionarios públicos que toman decisiones por nosotros los ciudadanos (sus patrones) carecen de dignidad humana para reconocer sus limitaciones y por el contrario: son soberbios, se sienten amos y señores del poder, poseedores de toda verdad absoluta y merecedores de caravana a donde quiera que vayan. Esa no es voluntad, y mucho menos política. Es falta de valor humano, de consciencia y de amor por sí mismo, porque no recuerdan que todos vamos en el mismo barco y a pesar de que muchos están arriba, terminarán por hundirse como todos, en su caso.

 

En este sentido, que bueno sería que los funcionarios que se sientan honrados con mis pobres palabras reflexionaran y que así como brotan los actos de corrupción y de atropello, brotaran también las virtudes humanas para sincerarse y hacerse a un lado, dejando espacio para personas que sí quepan, que sumen y que multipliquen(como bien lo hablaba Tomás Moro). Pero no me ilusiono, eso es mucho pedir. La realidad es que son miserables.

 

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