Desigualdad, discriminación y violencia contra las mujeres en México en el Plan Nacional de Desarrollo
Foto: Cortesía

Por: Rubí de María Gómez Campos.

                                                                     A Valentina, mi fuente de inspiración.

“Así no”, dicen las buenas conciencias protectoras de los vidrios y las paredes… “Ninguna revolución se ha ganado con flores”, dicen desde la indignación quienes no han terminado de sentir el miedo de las miles de mujeres ausentes, el dolor de la violación de muchas otras miles, los agravios acumulados de ofensas publicadas sin rubor alguno. Mientras, siguen desapareciendo muchachas y apareciendo sus cuerpos despojados de vida…

Durante los últimos 20 años cada noticia de asesinatos de mujeres cada vez más atroces, de violaciones tumultuarias festejadas en redes sociales, de sentencias complacientes de jueces indecentes, de declaraciones obscenas de políticos y comunicadores, me preguntaba en silencio ¿qué es lo que nos pasa? ¿Por qué no reaccionamos ante el horror de agravios cada vez más cruentos?

Cuando se comenzó a usar el eslogan “Ni una más”, parecía cada vez más ridículo enunciarlo ante los nueve feminicidios que ocurren diariamente en México y trece en Latinoamérica. La frase se fue desgastando hasta que no significaba más que la desesperación aislada, traducida en tristeza personal ante cada violencia cometida en los cuerpos de niñas y jóvenes que apenas comenzando a vivir se han visto enfrentadas a la barbarie de la agresión sexual y el asesinato.

La rabia contenida —sin saberlo, junto con la de muchas— estalló en estos días en “la batalla de la diamantina rosa”. Espontáneamente surgió el símbolo que se multiplicó sin siquiera habérselo planteado. La desproporcionada indignación de las autoridades ante el estallido de vidrios y la —para ellos— ofensiva mancha rosa en el traje de un funcionario, fue el catalizador de una consigna que pasará a la historia: “No nos cuidan, nos violan” y posteriormente “La protesta no es provocación”, ya antecedidas por: “si somos malas, seremos peor”, y la alegre consigna de: “el patriarcado se va a caer, el feminismo lo va a vencer”.

Una vez  pregunté a mi historiador favorito ¿cuál es la diferencia entre revuelta y revolución? La inteligente respuesta fue que el resultado. Dado que la historia la escriben los vencedores, depende de que los agentes de la violencia emergente triunfen o fracasen se llamará Revuelta o Revolución.

Por eso no depende sólo de las actoras directas de las luchas presentes el significado de los eventos de los que hoy se discute su valor.  ¿Fue vandalismo o el inicio de una verdadera transformación? Depende del sentido que se le de a la digna rabia expresada por las jóvenes de hoy. Depende de la participación colectiva en la indignación, del anhelo de justicia contagiado en muchos jóvenes, dispuestos a acompañar. Sobre todo depende de la intervención responsable y adecuada de las mujeres y hombres que ostentan el poder; de la escucha sensible de quienes pueden sentirse interpelados para detener el atropello y la sinrazón.

Los actos del 16 de agosto de 2019 pueden ser los hechos de inicio de un nuevo amanecer para la historia del feminismo, el feminismo del siglo XXI, que desde hace casi dos décadas muchas feministas estábamos esperando: “El día que las mujeres llegaron al límite de su hartazgo”, e iniciaron una nueva e inspiradora revolución…