El error de López Obrador
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Por: Mario Teodoro Ramírez

Si algún error ha cometido el presidente es el haber convertido al feminismo en un adversario de su gobierno. Era totalmente innecesario. En lugar de que él y las mujeres de su gabinete se apropiaran de las banderas feministas y esgrimieran de forma contundente y clara una política a favor de las mujeres, en contra del machismo, la violencia y el feminicidio, optaron por cuestionar a las feministas y, así, empujarlas a la condición de opositoras a la cuarta transformación. Quizá hay tempo todavía para corregir ese desaguisado político y ese equívoco moral e ideológico.

El error de López Obrador tiene su origen en cierta posición tradicionalista que ha asumido frente a varios puntos de la agenda llamada “progresista”, de forma callada más que explícita. Tal posición lo lleva a convalidar formas cuestionables del comportamiento de los mexicanos como el machismo, la visión patriarcal de la familia y el rechazo al aborto. Seguramente hace muchos años el joven estudiante López Obrador reforzó esas posiciones con el ingrediente marxista que aprendió en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Los marxistas de entonces argumentaban, bajo una perspectiva totalmente autoritaria y anacrónica, que el feminismo era un movimiento pequeñoburgués y que las demandas “específicas” de las mujeres eran secundarias respecto a las demandas del proletariado; que la lucha de clases tenía prioridad sobre la “lucha de sexos”. Como otras ideologías políticas del siglo XX, el marxismo asumía los supuestos patriarcales y machistas del tradicionalismo socio-cultural.

            En descargo de López Obrador hay que reconocer que los gobiernos neoliberales le dejaron un desastre de país, dominado por la corrupción, la pobreza y la delincuencia organizada. La lucha contra estas lacras adquirió prioridad perentoria para López Obrador. Hoy queda claro también que los gobiernos neoliberales buscaron ocultar el desastre nacional a través de diversas concesiones de la agenda progresista —órganos autónomos, ecologismo, feminismo, recursos a la cultura y a los intelectuales—, que en el contexto y la forma en que se hicieron pudieron significar simplemente formas de simulación y mecanismos de cooptación de la clase media y de movimientos socio-culturales.

Resulta claramente racional asumir que el país no puede darse el lujo de atender asuntos muy específicos de la agenda social, mientras cuestiones básicas de vida o muerte no se atiendan de forma urgente, como el crecimiento de la delincuencia, la pobreza extrema, la falta de educación y la ineficiencia general del Estado. Pero resulta un error garrafal, social y político, no incluir dentro de los asuntos atender de forma urgente, por su importancia, las demandas feministas y la condición de las mexicanas. Como han señalado diversas teóricas feministas, la violencia contra las mujeres es un fenómeno concomitante, o incluso es una premisa, de la violencia social en todas sus formas.

La lucha de las mujeres es incomparable con otras exigencias de la agenda social por el simple hecho de que ellas constituyen más de la mitad de la población (y más de la mitad de los posibles votantes). La base ciudadana del México de hoy tiene cara de mujer.

            Es un error haber empujado a las feministas al lado de la oposición al gobierno, no solamente porque otros agentes políticos, en verdad falsamente feministas, pueden usufructuar el movimiento de las mujeres para fines totalmente ajenos, sino porque el radicalismo que han adoptado algunas manifestantes —radicalidad que resulta plenamente legítima y entendible— puede prestarse a la infiltración de intereses oscuros que busquen provocar desestabilización en el país.

Actualmente hay muchos intereses afectados por el gobierno, como grupos empresariales y sectores políticos en desgracia, que son verdaderamente peligrosos, y no perderán la oportunidad de aprovechar cualquier protesta social para infiltrarla con sujetos embozados, llevarla a posiciones extremistas y desencadenar una crisis nacional. Los participantes en movimientos sociales de oposición en México saben desde hace mucho tiempo que los fenómenos de “infiltración” son comunes y perfectamente posibles. Antiguo luchador social, López Obrador lo sabe bien. Solo que ahora los infiltrados (o infiltradas) no vendrán de parte del gobierno sino del poder económico y quizá de las mismas organizaciones delincuenciales, con intenciones evidentemente golpistas contra un gobierno democráticamente legítimo.

            Por las anteriores razones y por muchas otras es urgente la asunción de una fuerte y clara política pública que dé adecuada respuesta a las demandas feministas. Resulta también importante que, dejando atrás atavismos y gustos personales, el presidente se pronuncie de forma contundente a favor del feminismo y la lucha de las mujeres y en contra del machismo y sus consecuencias más pavorosas, como el feminicidio. Solo colocándose a la cabeza del movimiento feminista podrán Morena y el gobierno de la 4T liberarlo de su apropiación subrepticia por la derecha y del peligro de la filtración aviesa.

Una de las metas urgentes de la política de comunicación social y de la nueva política educativa del gobierno debe consistir en educar a niños y jóvenes en el respeto a las personas y sus derechos humanos, desterrando las formas tóxicas y violentas, meramente patológicas, de la masculinidad, así como otras formas igualmente dañinas del prejuicio social como el racismo y el clasismo, conductas todas que harían morir de vergüenza a los héroes y las heroínas de la patria y de la matria.

Mientras no se asuma la necesidad de una transformación de las relaciones entre mujeres y varones el programa que el presidente se propone de transformación general del país será insuficiente o finalmente fracasará. Ojalá que las feministas de su entorno lo hagan entender.

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