Foto: Cortesía

Morelia, Michoacán.- En las últimas décadas, utilizar el término “imperialismo” o “imperialista” por parte de políticos y gobernantes ha generado polémica respecto al empleo de estas palabras. Normalmente los sectores conservadores y neoliberales asocian el término con el mal llamado “populismo” y con regímenes autócratas o de políticas autoritarias donde emplean este término para descalificar críticas que provengan de “países occidentales”. Para el caso de los sectores considerados más progresistas y los de la izquierda más radical, la palabra es prácticamente sinónimo de “intervencionismo estadounidense”.

Como sea, el término “imperialismo” aun con las malas connotaciones políticas que se le han asignado por parte de todos estos sectores ya mencionados, sigue siendo un concepto válido.

Sus orígenes se remontan al siglo XIX cuando las potencias europeas en la conferencia de Berlín comienzan con el reparto de África y Asia; posteriormente en el siglo XX, Lenin y Rosa de Luxemburgo nuevamente acuñan el término, al referirse a las políticas de naciones europeas que procuraban expandir su dominio tanto político como económico y militar en los distintos continentes. Luego, durante la guerra fría la palabra imperialismo volvió a resurgir en la escena mundial especialmente en la década de los sesenta cuando se generan los movimientos independentistas de África y Asia, así como los movimientos revolucionarios de liberación nacional de América Latina. En el caso de África y Asia los “imperialistas” eran las naciones europeas que trataban de mantener el sistema colonial implantado desde el siglo XIX, mientras que en el tema latinoamericano el imperialismo era representado por EUA.

Finalmente, tras la caída del muro de Berlín en 1989 y posteriormente el colapso de la Unión Soviética en 1991, el término “imperialista” cayó en desuso hasta prácticamente la invasión a Iraq por parte de EUA en 2003. A partir de entonces, sobre todo la izquierda latinoamericana retomó el discurso “antimperialista” para descalificar las políticas exteriores de EUA.

Vale la pena señalar la importancia de revisar con mayor profundidad el uso del concepto imperialismo, toda vez que aunque aparentemente pudiera considerarse un término ya “anacrónico””, no obstante actualmente el “imperialismo” sigue existiendo y está en uno de sus momentos más activos.

Si se parte de una definición oficial más objetiva, considerando desde la terminología lingüística así como de ciencias sociales más formales, encontraríamos que la palabra imperialismo se refiera a aquella conducta tanto política como económica o militar, que emplean ciertos países para expandir su dominio o influencia hacia otros territorios que formalmente se encuentran fuera de su área de control.

Retomando este último concepto, entonces, es bastante claro que en nuestra época naciones como Rusia, EUA y China, así como en menor medida Gran Bretaña y Francia, ejercen acciones imperialistas ya sea para mantener o expandir su actual influencia mundial.
Y desde luego América Latina no logra evitar caer en la influencia de estos actuales imperialismos. Históricamente América Latina desde su formación en el siglo XIX ha tenido que soportar las acciones imperialistas de las naciones anglosajonas, primero con Inglaterra y posteriormente con EUA en prácticamente todo el siglo XX. Sin embargo a partir del nuevo milenio ahora el imperialismo estadounidense está comenzando a ser desafiado en su histórica región de influencia por los imperialismos ruso y chino.

En el caso de Rusia su incremento en la región se debe principalmente a su acercamiento con Brasil gracias al bloque BRICS en lo económico, mientras que en lo militar se ha aproximado mucho con Cuba y Venezuela, convirtiéndose en uno de los principales socios para cuestiones de armamento y defensa. Sumando a lo anterior el hecho de que el actual gobierno ruso no se toma ni la molestia de disimular su desafío directo ante EUA.

Por su parte, el imperialismo chino ha sido mucho más silencioso y discreto pero mucho más efectivo que el ruso. Esto se debe a la aproximación que China ha realizado con muchas naciones de Centro y Sudamérica en el aspecto económico. Especialmente con naciones como Nicaragua -a quien financiará un canal interoceánico-, Argentina, Cuba, Brasil y Venezuela, donde actualmente posee grandes inversiones y a quien ha otorgado muchos préstamos.

Es claro que tanto Rusia como China no están aproximándose con las naciones latinoamericanas por “altruismo internacional”, les interesa expandir su influencia en la zona, especialmente ahora que la hegemonía estadounidense parece debilitarse.

Tristemente, en estas disputas entre imperialistas los mayores perdedores acaban por ser las naciones “de la periferia” o “en vías de desarrollo”, tal como lo son todos los latinoamericanos, pues al verse coptados ya sea en lo político, en lo económico o en lo militar por naciones mucho más grandes, sus industrias, mercados y consumidores, es decir, los ciudadanos en general, difícilmente podrán desarrollarse de manera adecuada en la que puedan tener un nivel básico de autonomía para los servicios y productos más elementales en la vida cotidiana, pues estarán subordinados antes que nada al interés que las naciones imperialistas estén procurando.

Tanto las naciones latinoamericanas como el resto de los países en desarrollo deben ya enfrentar de manera inteligente estas acciones imperialistas para poder generar su propio progreso y mejoramiento social y político. Las llamadas naciones periféricas no deben seguir permitiendo que las grandes potencias dictaminen sus futuros, ni tampoco deben permitirse ser tentadas a volverse dependientes de una nación que aparentemente les ofrezca “desarrollo económico” o “civilización” cuando realmente lo único que quieren es incrementar sus dominios.

El imperialismo existió y continúa existiendo, no puede seguirse negando esa realidad argumentando que es un término anacrónico o algo de ese estilo. El imperialismo debe ser combatido, pues al final la historia ha demostrado que solo una pequeña minoría es la que sale beneficiada con éste y por el contrario, es la gran mayoría quien termina pagando el precio de su existencia.