Las candidaturas independientes, desde hace pocos años, son una realidad en nuestro país. Su configuración legal ha sido ardua, las resistencias muchas, las luchas no sólo en sede política sino también en judicial han sido intensas para que los ciudadanos puedan ejercer ese derecho constitucional de ser votados sin tener que estar sujetos (¿sometidos?) a las estructuras políticas tradicionales y sus mafias que, como es natural, es esmeran por obstaculizar, con un buen grado de éxito, el camino para su concreción, al grado que, por ejemplo, para poder tener el visto bueno para ser candidato independiente y si quiera competir, hay que conseguirse más firmas que para construir un partido político en toda forma. Lo anterior sin mencionar la intrincada y artificiosa construcción legaloide que han confeccionado en estos años y, más particularmente, los últimos meses, los institutos y tribunales electorales nacionales y locales para incrementar la complejidad e inhibir a los aspirantes, dejando la plaza intocada para las mafias.

A pesar de lo anterior, cada vez hay más ejemplos exitosos de aspiraciones ciudadanas que llegan a candidaturas y logran vencer a los estamentos políticos, consiguiendo espacios de voz y de poder. De sus resultados ya podremos indagar, discutir, premiar o castigar en algunos meses (no olvidemos la posibilidad de reelección que por vez primera, desde 1933, aplicaremos en nuestro país para legisladores y ayuntamientos); la cuestión que es menester abordar en esta ocasión es uno de esos argumentillos dignos de don tertuliano del portal -que arregla el mundo a sorbos de su cafecito -, y que a fuerza de repetirse entre la gente van adquiriendo carácter de máxima o apotegma, dogma indiscutible, consistente en afirmar tajantemente que todo aquél que sale de un partido o una organización política, la que sea, y quiere competir de manera independiente, es un mentiroso, un político encubierto, manipulador y ambicioso, un zorro de la política enfermo de poder que quiere embaucarnos con sus sucios trucos. Nada más… desinformado.

Desde luego que no faltan los casos en que el individuo en cuestión se ajusta al molde arriba descrito. Esto, porque los políticos, por lo menos en nuestro país, en su mayoría – siempre hay varias excepciones, en todos lados, que se agradecen porque son esperanza y oxígeno puro que sostiene el andamiaje político nacional-, perdieron hace mucho la vergüenza, la coherencia, la vocación de servicio público, pero sobre todo la pertenencia a principios, ideas y valores; lo que importa es la utilidad, el interés y la ganancia.  Ese secuestro de los partidos y sus grupos, contamina a todas las instituciones nacionales y por eso, nos encontramos en este escenario de podredumbre y falsedad, donde ya todos estamos cansados y frustrados, desconfiando de todo lo que huela a política.

Sin embargo Usted, amable lector, sabe que las circunstancias históricas, los contextos, la realidad pues, moldea a la sociedad con su dinamismo y su evolución constante; estas excepciones que mencioné antes, estos políticos que no comulgan con el utilitarismo pragmático de quienes controlan sus institutos, que han sido bloqueados sistemáticamente, o incluso que han sido expulsados por sus ideas, por cálculo político, o por lo que quiera, legítimamente conservan el respetable derecho de continuar su  proyecto y su carrera política, y teniendo la coherencia para no brincar a otro partido, haciéndolo del lado de la gente, no tienen por qué ser estigmatizados por un vulgo resentido (frecuentemente, con razón) que ve moros con trinchete en cada esquina. Como reza el buen refrán, una cosa es Juan Domínguez y otra… cosa es otra cosa.

La verdad es que es de lo más común que todos en la vida, laboral, profesional o académica, en nuestras relaciones sociales o hasta personales, hayamos tenido que optar por cambiar de horizontes, cerrar ciclos y abrir nuevos, replantear proyectos, aislarnos de relaciones o personas tóxicas, aceptar nuevos retos, etc., cuestiones éstas naturales y necesarias para continuar nuestra ruta de vida de la manera más decente y decorosamente posible. En nuestro siguiente ciclo, seremos formalmente independientes del anterior y así sucesivamente, pero, obviamente, llevaremos con nosotros la formación, los aprendizajes y las experiencias buenas y malas que el ciclo previo nos haya dejado. Así es la condición humana, así es la vida.

Sin embargo, para don tertuliano del portal, en ese contexto nunca nadie seremos verdaderamente independientes de nada, porque para serlo tendríamos que haber salido de un capullo inmaculado para no tener vínculos de nada con nadie. En realidad, aún aquellos que no hayan tenido nunca una afiliación política oficial, sí que tienen una militancia o simpatía con tal o cual proyecto, ideología o tendencia política (por más trasnochada o inmadura que sea), de lo contrario no tendrían el interés de participar en política, mucho menos de pararse a conseguir miles y miles y más miles de firmas – todas con su procesito de la famosa app- para que lo dejen si quiera competir en las elecciones. Y ¿saben qué?, ¡qué bueno!, imagínense fletarse tres o seis años a un individuo totalmente hermético, antipolítico, sin experiencia ni formación de nada político, pero que llegó ahí porque otro contingente de millenials lo puso a base de likes y votos buenistas irracionales y sentimentaloides. Si con políticos “de carrera” vean nada más cómo estamos…

Lo que necesitamos son políticos profesionales, probos, seriamente preparados en el arte y la técnica de gobernar, honrados, con las uñas bien cortas, con vena democrática, conectados con la gente, pero con la sangre fría para tomar decisiones duras cuando sea necesario; en síntesis, gente decente, fuera de los partidos, dentro de los partidos o habiendo dejado los partidos. Decente.

Entonces, que sepa don tertulias que así es la vida. La independencia política total y hermética no la va a encontrar, y menos si quiere hacerla requisito para poder o no para participar en la vida política de nuestro país. La rendición de cuentas, la responsabilidad, el cumplimiento de promesas y propuestas, la desquitada de sueldo en general – bastante generoso, por cierto- son cuestiones fundamentales, pero se piden una vez estando en el cargo. Lo demás es resentimiento, corajes mal digeridos y envidias mal procesadas.

Y que quede claro, que no se está defendiendo así nomás a las candidaturas independientes, mucho menos a tal o cual personaje en concreto; lo que se defiende es el derecho que todos tenemos de participar, cumpliendo las reglas, sin importar nuestro pasado, siempre y cuando, sea lícito, claro está. No confundamos más a la gente.

Como dije párrafos arriba, la discusión de los resultados de las gestiones o administraciones es otra, igual de interesante, que ya abordaremos.

Nos seguimos leyendo.