alfonso solorzano
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El día de ayer el presidente Enrique Peña Nieto emitió un comunicado a nivel nacional referente a su quinto informe de gobierno. En tal documento, que es de calidad obligatoria para todos los mandatarios en turno, se señalan los distintos avances y retos, entre otras cosas, que han transcurrido en el periodo de cada año del sexenio.

Sin embargo no es desconocido que la mayoría de la información presentada en estos informes es realmente cuestionable, ya que realmente la entrega de esta informe es más un forma de justificar acciones políticas que una rendición clara de cuentas de parte de la administración pública federal, y que realmente la entrega del informe es en la práctica un acto propagandístico adicionando incluso elementos del culto a la personalidad del ejecutivo en turno.

Esta situación, no obstante, no es algo que haya comenzado Peña Nieto ni su antecesor, Felipe Calderón, ni tampoco Vicente Fox; esta es una tradición política que se heredó de la dictadura priista que gobernó el país la mayoría del siglo XX que supuestamente fue derrotada en el año 2000.

No obstante es también muy sabido que la alternancia a nivel federal, así como también las alternancias locales, no desmantelaron el antiguo aparato institucional y corporativo creado por el Partido Revolucionario Institucional, por el contrario, se sirvieron de esas antiguas instituciones para su propio beneficio, lo cual terminó por corromper el proyecto político de un sistema tripartidista que prometía un cambio político sustancial para México.

La idea de un sistema tripartidista, donde los tres partidos principales que existían en ese momento, PRI, PAN y PRD, se hicieran contrapesos entre ellos y así consiguieran una mejor administración y un sistema democrático efectivo, parecía algo completamente lógico así como realizable. Sin embargo la crisis actual de esos mismos partidos está señalando otra cosa completamente diferente.

¿Qué fue lo que fallo en este proyecto tripartidista? Se tenían tres partidos, cada uno en un espectro político diferente, centro, derecha e izquierda, sin mencionar que dos de estos, PRD y PAN, denunciaban constantemente durante los ochenta y noventa las arbitrariedades y actos de corrupción perpetradas por las autoridades priistas, por lo que se esperaba que con estos dos partidos en el juego político el PRI se renovara como un partido que dejara de lado las malas tácticas y entrará al juego limpio. Se tenía también un escenario internacional en el que la mayoría de los sistemas de partido único iban siendo sustituidos por sistema multipartidistas. Y finalmente la misma sociedad mexicana parecía estar movilizándose hacia un cambio rotundo para el siglo XXI.

Posiblemente fue esto último lo que repercutió en la degeneración actual del sistema político mexicano. En un primer momento parece no tener mucha conexión el actuar de la sociedad con la degradación del sistema tripartidista, pero fue realmente algo primordial de esta lamentable decadencia sistémica.

Sucedió que, si bien la sociedad mexicana exigió el fin del régimen de partido único y la llegada de una democracia auténticamente multipartidista, en la práctica únicamente el actuar ciudadano se llevó solo al nivel de permitir la entrada a nuevos partidos al sistema político, sin embargo no hubo una posterior movilización social para exigirles las promesas de desmantelar las viejas prácticas priistas.

Esto se debió a que la ciudadanía en general creyó que con la simple entrada de nuevos actores al sistema político, este último cambiaria; esa proposición desde luego era lógica, pero al momento de permitirle a los nuevos partidos entrar en la arena política se cometió el error de delegarles responsabilidad y poder absoluto a estos nuevos contendientes.

Al ser investidos fácticamente con el respaldo ciudadano tanto PAN a nivel federal y local, como PRD nivel local, no se sintieron responsabilizados de la carga social que llevaban para democratizar el país, y en lugar de impulsar al PRI para reformarse lo único que hicieron fue rebajarse a su nivel de conducta política. Y como precisamente la ciudadanía depositó confianza absoluta en este nuevo esquema partidista, no había un contrapeso ciudadano para exigir una conducta política-administrativa adecuada para el desarrollo tanto democrático como institucional en México.

Ahora, el sistema tripartidista finalmente parece estar quedando atrás debido en parte a la formación de nuevos partidos que se crearon a raíz del descontento con los partidos tradicionales, también se debe a la renaciente participación ciudadana que cada vez parecer crecer más. Pero sea como sea, ahora, a poco menos de un año para las elecciones presidenciales, este sistema esta quizá en su peor momento; los tres partidos que lo conformaron en los noventa no solo tienen poca credibilidad frente al electorado, sino que también los tres están atravesando crisis internas a tal punto de que varios de sus militantes están renunciando para participar políticamente como independientes o incluso como miembros de los nuevos partidos.

Al final de cuentas la lección de la podredumbre del modelo tripartidista debe estar siempre presente no solo en los partidos más nuevos y en la clase política actual, sino también en la mente de todos los miembros de la ciudadanía mexicana, ya que precisamente quedó evidenciado que no basta tener partidos de distintas corrientes ideológicas compitiendo entre sí para generar una verdadera democracia, sino que es indispensable también tener una sociedad participativa y crítica en la política tanto local como nacional.

Ahora más que nunca la sociedad mexicana debe estar muy atenta y muy activa para prevenir una nueva degeneración en la clase política que desea gobernar el país en los próximos años, de lo contrario se correrá el riesgo de empeorar aún más la crisis social y política en la que se encuentra México.

Mejorar la situación del país no es solo responsabilidad de los políticos o de los partidos es también responsabilidad de los diferentes miembros de la sociedad.