De carisma, legitimidad y aplicación de la ley
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Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus

El carisma es un factor que no se puede negar en la política, pero así como puede ser fundamental para la construcción de un tipo de liderazgo, tristemente -para quien lo posee y sus allegados-, es imposible de traspasar de una persona a otra, aún así sobran los ejemplos en la historia de quienes han tratado de utilizar el carisma de otros para su beneficio.

El gran problema de construir liderazgos fundados en el carisma de una persona es que cuando esta persona caduca – y todos lo hacemos de una forma u otra – el proyecto queda limitado y eventualmente se arruina. Ejemplos de ello han abundado en la izquierda latinoamericana contemporánea, y es posible que Morena transite por el mismo camino.

Para gran pesar de la derecha (abierta y disimulada), México no tiene otro político que haya logrado desarrollar el carisma de López Obrador, no por nada durante más de 20 años ya, ha sido el principal generador de opinión pública en este país. Desde sus conferencias matutinas como jefe de gobierno hasta sus mañaneras de hoy, ha dictado la agenda mediática.

Para más pesar de la “izquierda” que dirige, ese carisma no es posible de traspasar, ni a sus hijos, ni a sus más allegados achichincles, sin embargo, el halo que emana alcanza a bañar a muchos de ellos, quienes lejos de enfocarse en verdaderamente generar una plataforma y programa de gobierno, prefieren imitar acciones que los relacionen directamente con el líder carismático.

Cuando en 2018 el presidente abrió las puertas de Los Pinos al público en general, fue escandaloso el grado de opulencia con que habían vivido los expresidentes, quienes habían sido abiertos adversarios del recién llegado. La medida fue popular y bien recibida, las visitas a la antigua residencia abarrotaron el lugar en las primeras semanas.

El recién llegado gobernador michoacano intenta emular las acciones en busca de ganar el mismo grado de popularidad que su líder moral, y de paso tomar prestado un poco de ese carisma, sin embargo, en Michoacán la medida tiene mucho menos sentido, pues la Casa de Gobierno no ha sido ajena a por lo menos dos importantes cuadros del morenismo vigente.

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Más que levantar pantallas para desviar la atención, debería enfocar sus baterías en promover una eficaz impartición de justicia en la entidad, y si los exgobernadores han llevado a cabo actividades ilegales, que es casi imposible creer que no fue así, deberían presentarse a pagar sus culpas, pues ninguno de esos han sido crímenes sin víctimas.

Pero de nuevo, a diferencia de los gobiernos que precedieron al de AMLO, en el caso michoacano hay dos nombres cercanos que resaltan, más si se considera el caso Odebrecht que tanto ha sacudido a gobiernos de toda América Latina.

Promover cambios para que todo siga igual es ya una conocida receta de la izquierda electoral mexicana, pero mucha de la legitimidad lograda por el actual gobierno federal pende de los resultados que pueda mostrar, pues aunque mediáticamente los escándalos sirvan para llenar editoriales e imponer agenda mediática, no son suficiente para mantener la legitimidad.

Así, si en Michoacán se espera como mínimo un proceso legal en contra de quienes han desfalcado las arcas públicas, de nada va a servir abrir una casa en la que ya han vivido célebres morenistas actuales, si de ello no se van a desprender consecuencias legales efectivas.