Por una política abierta al público
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Francisco Lemus | @PacoJLemus

La política es negociación, y en ello debe sustentar su oficio el político, sin embargo, últimamente el aplausómetro de la mano del sondeo se ha convertido en el instrumento por medio del cual se ejerce el poder, engañando al público para que crea que es el gran tomador de decisiones, mientras que las negociaciones verdaderamente importantes se dan de espaldas a él.

Para un teórico de la política y la democracia como Giovani Sartori, el abuso en el uso de los sondeos y encuestas, como una forma de volver directa a la democracia, aparece como un engaño, que acaba convirtiendo a la política en un juego de suma nula o incluso suma negativa, pues lejos de intentar generar acuerdos se busca nulificar al adversario.

El que gana lo hace con una supuesta fuerza de todos los sondeados y por tanto no tiene porqué dar concesiones a los derrotados, sería traicionar a sus electores, mientras que el derrotado hará todo lo posible por entorpecer cada acción del vencedor. Una situación nada alejada de lo que estamos acostumbrados a ver en las palestras políticas de México, desde al menos 20 años.

Pero estas prácticas, que poco tienen que ver realmente con la democracia, ya no sólo suceden entre diferentes partidos, ahora se extienden al interior de los mismos, como se ha visto en la lucha interna de Morena para obtener la candidatura a la presidencia, candidatura que prácticamente se da por hecho se convertirá en la presidencia.

Con este argumento no pretendo negar que haya un ejercicio de la política en este tipo de maniobras, pero es una política que brinda un mensaje bastante negativo y que, contrario a lo que intenta demostrar, es muy poco democrático, pues básicamente busca anular las voces de los derrotados e imponerles las decisiones del triunfador a toda costa.

Como escuela de democracia para el resto de la sociedad esto sienta un pésimo ejemplo, pues niega la opción del diálogo y la posible generación de acuerdos, que en la realidad está en toda política efectiva, pero que a ojos de la mayoría del público pareciera como si la negociación no existiera y fuera de hecho prescindible.

¿Dónde están realmente las negociaciones?
Las negociaciones están llevándose a cabo, pero no de la forma en la que deberían, ante el escrutinio del público, sino que se dan ajenas a todo conocimiento de la mayoría, entonces la política se mistifica.

El político avezado entonces se presenta como el mago que ante la mirada perpleja del público hace cosas que se vuelven inexplicables, dotándole de esta forma de una fuerza sobrenatural, una especie de iluminado del siglo XXI que de alguna manera tiene en sus manos el poder de hacer que las cosas funcionen, pero, sobre todo de ser el representante de la voluntad de la mayoría.

Este prestidigitador del poder se muestra puro ante todos, incapaz de llegar a acuerdos que puedan actuar en contra del pueblo, pero en la realidad que los acuerdos sean en detrimento o a favor de la mayoría, nunca se sabrá, pues están ocultos a los ojos del público, cuando éste pueda darse cuenta de qué fue lo que en realidad pasó, tal vez ya sea demasiado tarde.

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Como señalé en mi anterior entrega, hacer que la política parezca un arte demasiado complejo para que la mayoría pueda entenderlo ha sido la ruina de la democracia y ha abierto paso a auténticos merolicos que haciendo lujo de vulgaridad pretenden presentarse a los ojos de la mayoría como los que sí hablan su idioma y por tanto son transparentes, a diferencia del político convencional.